Yo entiendo que un proyecto y una historia son cosas diferentes. El primero está atravesado por preguntas que tienen que ver con el autor, la subjetividad, y se construyen en base a conceptos y preguntas mías, o del fotógrafo en cuestión. En el segundo caso, son cosas que quiero contar y la narrativa la propone la misma historia. Tal vez sea este el caso de Finding Neverland: Santa Cruz del Islote. No hay vínculo evidente con otras inquietudes mías. Pero esas historias están ahí, necesitan ser contadas y pasan por la subjetividad y las herramientas de quien las cuente. 

Yo tenía un viaje planeado por otras razones, pero me llamaba la atención ese lugar en el mundo. Se dio como una especie de proceso terapéutico, venía de proyectos complejos y de largo aliento, muy conceptuales, no enmarcados de espacio y tiempo concretos. Entonces fue una manera de contar una historia que se cuente sola, en la que yo soy el embudo por el cual pasa. Me permitió un descanso mental de no andar justificando métodos, conceptos, y demás. 

La historia ya estaba ahí. Fue un paréntesis, no sale de un concepto mío. Fue enseguida después de la pandemia, en un espacio sobrepoblado, afectado por la crisis climática, por la crisis del agua, el avance del turismo, problemas que de todos modos se ven en la historia.  

Como escribí en su momento: 

Reduciendo la escala de Google Maps a metros y pixeles, al norte, en pleno caribe colombiano y casi en el límite marítimo que divide los departamentos de Bolívar y Sucre se encuentra Santa Cruz del Islote, una pequeña isla de casi una hectárea de superficie y ochocientos habitantes. Según varios, la isla con mayor densidad poblacional del mundo. A esta singularidad hay que agregarle que más del 50% son niños, niñas y adolescentes, lo que hace del cotidiano isleño algo muy especial. Sin autos, sin delitos y sin peligros evidentes más allá del mar, del cual parecen conocer todos sus secretos. El Islote es una gran familia, una comunidad por excelencia que otrora supo vivir exclusivamente de la pesca y que hoy en día divide su economía con el turismo que visita el archipiélago de San Bernardo.

En Santa Cruz del Islote hay cuatro tiendas de abasto, una escuela, una iglesia del Movimiento Misionero Mundial, un centro cultural, un restorán familiar, tres o cuatro barrios y una pequeña plaza con una cruz en el medio. Lo desafíos a gran escala son la falta de acceso a servicios de salud especializados y el calentamiento global que hace de sus calles ríos en la noche.

El tiempo en la isla parece detenerse, la cercanía y la intimidad conviven en armonía.

«Juntos, pero no revueltos» es como Adrián Caraballo «yoyo» (líder local) se refiere a su lugar en el mundo.

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