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Las letras después de la tormenta

I'll drown my book: Riccardo Boglione

Por Francisco Álvez Francese / Viernes 06 de julio de 2018

Riccardo Boglione se encarga de decosntruir el lenguaje y el arte en general desde hace mucho tiempo. A propósito de la publicación de su más reciente libro, It Is Foul Weather in Us All —compuesto de muestras de distintos fragmentos de La tempestad, de William Shakespeare, que fueron expuestos a la intemperie y el paso del tiempo por doce artistas de diferentes partes del mundo—, Francisco Álvez Francese reflexiona sobre su obra en constante movimiento.

Algunas de estas páginas conservan toda la textura del mar. Parecen mapas topográficos, con sus profundidades y repliegues, con sus límites inciertos, doblados sobre sí mismos, desafiando la planitud del papel. Se pueden dibujar sobre sus sombras las marcas de un mundo, la isla del texto, incierta en el océano del idioma.

Esas palabras, en el inglés isabelino del «original», suponen, en efecto, un recorte que la traducción rehabilita, pero en sentido inverso. Lo importante, en todo caso, es el control, una cuestión de poder que determina no solo el quehacer del traductor y del artista, sino también la obra misma, su voluptuosidad de hechizos y apariciones. Esas búsquedas imposibles, de equivalencias en lenguas, en tiempos, en lugares tan distantes, ahora están ahí, juntas en un libro, alternadas como las muestras en un herbolario.

Victor Hugo, en su célebre ensayo sobre Shakespeare (escrito, precisamente, en su exilio en la isla de Jersey), decía que La tempestad es un arabesco. Y a ese término, brumoso y a la vez claro, lo define comparándolo con la vegetación en la naturaleza, porque el arabesco, como ella, brota, crece, se multiplica, florece. Esa fertilidad, esa proliferación, es evidente para cualquier lector de la obra, que no ha cesado de reverberar en los cuatro largos siglos que tiene de vida. Parte de esa historia de ecos son las distintas traducciones, continuas, variadas, geniales o, cuanto menos, olvidables. Varias de ellas están en este libro, que es una celebración de lo distinto. Así, conviven en precisa igualdad de condiciones (al menos en primera instancia) una versión anónima en castellano con la elogiada de Yves Bonnefoy o la de Salvatore Quasimodo; el libro de bolsillo con la edición tapa dura; el volumen anotado con el que presenta solo el texto de Shakespeare; ediciones bilingües; editoriales prestigiosas y también de las otras.

En esta hibridación se remite directamente a Shakespeare: porque si algo se puede decir con certeza es que La tempestad es una obra de la indefinición. No solo el contexto de su escritura es incierto y se dificulta incluso adjudicarle un género (¿es comedia o tragedia?), sino que, incluso hacia dentro de la fábula, es difícil pensar la locación de la isla (¿el Mediterráneo o el Caribe?) y en los personajes, como Calibán y Ariel, cuya misma naturaleza es mutable. Esta ambigüedad es, al final, la que lleva a poner en el centro el problema del conocimiento y, más particularmente, del relativismo, que entiende que no existe una verdad y desarma la dicotomía «verdadero-falso» desactivando, de este modo, el concepto platónico de «esencia» y el principio de no contradicción.

Ariel, que ha sido pensado muchas veces como una figura que representa al lenguaje en toda su multiplicidad y su variación, es el traductor por excelencia: es el que mueve, el que lleva y transporta.  El que se transforma. Y cuando Boglione distribuye el libro entre estos doce conocidos y amigos, entonces, no distribuye el libro, sino varias metamorfosis, muchas veces apenas simulacros, de un texto que suponemos «original». Así, a la vez que socava la superstición del genio creador, de lo auténtico y, por eso, superior, Boglione celebra lo múltiple, la apropiación cultural (palabra que ha entrado recientemente en el index), el desparpajo creador, que muchas veces puede parecerse al autoritarismo de Próspero o a la generosidad ingenua de Gonzalo.

A Boglione, desde hace tiempo, lo que le interesa es el libro, no como abstracción, no como «obra» inmaterial, sino como cosa. Como objeto. En Ritmo D, una versión del Decameron de Boccaccio completamente borrado salvo por los signos de puntuación, no se trata de cualquier Decameron, sino de la edición curada por Vittorio Branca; sus Tapas sin libro, de 2011, restauran la ausencia de la edición original de 1929 del Libro sin tapas de Felisberto Hernández; Extremo Explicit, de 2014, es una antología de colofones publicados en Uruguay durante un siglo.

Las ediciones repartidas para la escritura de It Is Foul Weather In Us All, en consecuencia, como en una Babel organizada, están minuciosamente anotadas al final, donde aparecen además reproducciones de sus portadas, que evidencian también su procedencia dispar en sus estilos de diseño, en el uso del color, de las formas y de la tipografía. En el libro, estos volúmenes ajados, testigos del tiempo y las circunstancias, trazan el mapa cultural de un país utópico, descentrado, de múltiples capitales (Leeds, Santiago, Génova, París); como los de Próspero, sobrevivieron el viaje de ida y, ahogados y renacidos, vuelven ahora, trayendo consigo una bitácora de sus desventuras, las marcas, cicatrices calibanescas de su corporalidad. 

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