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Reconocidas

Emilia Bertolé, la trabajadora del arte

Por Gabriela Borrelli Azara / Martes 14 de abril de 2020

Retratista profesional, la santafesina Emilia Bertolé se dividió entre la pintura y la bohemia literaria del Buenos Aires de los años veinte. Gabriela Borrelli nos presenta la visualidad de sus versos, recogidos en un único poemario, Espejo en Sombra (1927). Ilustra Aymará Mont.

Niña genial y talentosa, alumna sobresaliente en la escuela primaria que dejó para estudiar pintura, figura relevante del ambiente cultural de la década de los 20 en Buenos Aires. Emilia Bertolé nació el 21 de julio de 1896 en El Trébol, provincia de Santa Fe (Argentina), pero se convirtió en una de las artistas más importantes de Rosario donde vivió con su familia.

Fue la cabeza de un compañero de escuela, el círculo que formaba el pelo en el aire, lo que vio Emilia y dibujó. Tenía 12 años y con el dibujo de la cabeza de ese compañero participó de un concurso de pintura que presidía Lola Mora. Una cita invisible entre ambas artistas que marcan el pulso de una época en la que las mujeres fueron protagonistas del arte de principio de siglo pero sufrieron el posterior olvido y soterramiento del valor de sus obras. Un solo libro de poemas escribió Emilia Bertolé, un único y fascinante libro que es hoy la lupa que aumenta su leyenda y un índice para seguir los pasos de la poesía argentina: Espejo en Sombra.

Noche de plenilunio, blanca noche de plata.

Todo el jardín se empolva con el claro de luna.

La fuente dice bajo su armoniosa sonata

y un fantástico espejo semeja la laguna

 

Espejo en sombra se presentó a finales de 1927 en las galerías Güemes en el centro de la ciudad de Buenos Aires. Varios diarios cubrieron el evento y presentaron el libro nada menos que Alfonsina Storni y Berta Singerman (gran actriz y recitadora que era guiño poético de la época). La ciudad de Buenos Aires funciona en los poemas de Emilia Bertolé como cifra escénica y argumental de un drama personal, solitario:

«Cansancio»

La ciudad, amigos,

me clavó sus garras

y así soy ahora

de turbia y extraña.

Tornáronse crueles

mis pupilas claras,

y amarga se hizo

mi boca rosada

que solo sabía, compasiva y buena

de dulces palabras.

Ocultan mis manos

bajo el guante tibio de piel perfumada

las uñas agudas cual finos puñales

como una amenaza.

Y tras la sonrisa,

—sonrisa brillante, perfecta, mundana—

bosteza el profundo

cansancio de mi alma.

 

En 1915, Bertolé envía tres obras al V Salón Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, una de ellas es seleccionada y al año siguiente viaja a pintar un retrato de la esposa de un prestigioso médico amigo de su padre. Este hecho, ligado a ese primer concurso cuando apenas era una niña, marca la carrera de Emilia Bertolé que se convertirá en retratista profesional y mantendrá a su familia con ese dinero. Trabajadora del arte, independiente y genial, participa de la vida intelectual y entabla amistades con escritores de mucha trayectoria, como Storni y Horacio Quiroga.

Sus poemas son una travesía entre imagen y palabra, como si el poema fuera siguiendo una imagen y en ese seguimiento la crea, logrando armar la escena de una soledad.

«Estación»

En el bar de la estación espero

la llegada de un tren.

Hombres desconocidos me rodean

ninguna mujer.

Sólo mi boca roja en los oscuros

espejos que prolongan la pared.

 

Un juego de espejos entre su obra pictórica y poética se reproduce en la lectura que podemos hacer desde la actualidad a la vida de Emilia Bertolé: trabajadora del arte, autora de un solitario y fascinante libro de poemas.

«Atardecer»

Aquí estamos

tejiendo antiguos sueños.

Ya la tarde ha caído; está azul la ventana

y hay una fina sombra morada en torno nuestro.

Nos borramos en la hora, amigo mío;

ni tu cálido acento

logran ahuyentar esta espectral atmósfera

en que, como la luz, nos disolvemos.

Mi cabellera es como un humo pálido

y humo tus ojos negros.

Somos dos sombras en la sombra, en tanto

Se deshace la rosa del silencio.

 

La presencia de la ceniza, la sombra, lo que deshace en el aire es constante e insistente logrando imágenes potentes y pictóricas, narraciones de una imagen que muestran entre verso y verso una visión del mundo: la soledad existencial unida a una sociedad injusta socialmente y en particular con las exigencias culturales al casamiento o a las labores que le corresponden como mujer.

«La noche»

La noche

ha descendido sobre mi cansancio.

En mi frente desnuda, su caricia

pone una suave venda de letargo.

Inmóvil

oigo el rumor de la ciudad, lejano.

Amortajada de silencio y sombra,

descanso.

 

Es una obra cercana a la de Alfonsina Storni, que dialoga con ella en otro color: no tiene los juegos rítmicos ni narrativos de Storni sino un aire melancólico y contemplativo. La acción se da en torno a la mirada y parece «pintar» cada verso con un color especial.

«Tarde de oro»

En esta tarde de oro

soy una vieja cosa desteñida.

Yo no debiera andar por estas calles

turbando con mi aspecto la tranquila

alegría celeste del paseo;

de este sol que dibuja maravillas,

de estos austeros árboles que tiemblan

rumorosos al paso de la brisa.

En esta tarde de oro soy

¡un vano puñado de cenizas!

 

Emilia Bertolé, las que caminamos por la ciudad solitarias con la boca roja te saludamos, esperamos este año la reedición de tu libro y te vislumbramos en la sombra que el espejo forma con nuestra figura.

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