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Centenarios de Mario Benedetti e Idea Vilariño

Cartas de ida y vuelta

Por Silvia Guerra / Domingo 13 de setiembre de 2020

En cada carta hay un cuento, una crónica del momento presente, un pensamiento anecdótico o una reflexión preocupada, que necesitan del papel, del tiempo y de la distancia para emerger. Silvia Guerra es poeta y ha vivido entre cartas, las personales y las de otras escritoras y escritores que ahora investiga, y nos cuenta su experiencia con la correspondencia de Mario Benedetti e Idea Vilariño.

He estado entre cartas casi toda la vida. De chica, en la familia de mi madre, se escribían muchas cartas: a la familia de mi abuelo que se había quedado en Galicia, de donde él salió a los 18 años; a las familias que los hermanos de mi abuelo hicieron en otros lugares a los que la dictadura franquista y la pobreza los hicieron emigrar, México, Venezuela, Alemania, Suiza.

Mi madre escribió y recibió muchísimas cartas. Una vez, una amiga le dejó un mazo de cartas de amor que un enamorado suyo, que había conocido en un viaje, le había escrito hacía años. Ese enamorado resultó después un poeta famoso, que en una visita a Uruguay —y porque la casualidad es así— me tocó presentar. Mucho antes de eso ya había empezado mi pasión por las cartas, que mandé, antes incluso de saber escribir, con dibujos de unos soles grandes y amarillos.

Casi sin darme cuenta me encontré en el Archivo de Biblioteca Nacional buscando correspondencias entre escritores, que me gustan más que las cartas de amor, que las encuentro de una intimidad difícil para un ojo externo. En esas correspondencias en las que habla de lo que están escribiendo, o de los proyectos que tienen, o de la congoja en que pueden estar sumergidos, muchas veces se presenta ante mí una especie de tejido: entiendo algunos lazos que se establecen, me doy cuenta de la necesidad del ida y vuelta del pensamiento, de cómo inciden unas personas en otras, de qué puede disparar una palabra, una idea, una observación; de la trama infinita que existe y sustenta cada obra. Me han fascinado esos recorridos —esa «vida fabulosa» a la que aludía Flaubert— y que tiene que ver con el descubrimiento de una palabra, o de una resonancia, o de un color. Esos descubrimientos que suceden de repente, internamente, pero de pronto aparecen en el diálogo y algo se abre. Además creo que, en ocasiones, se ha dicho por carta lo que no se hubiera dicho jamás de otro modo. Como una especie de ahondamiento de la idea, de profundidad de pensamiento que deriva, extenso, porque sí y para nada. 

Y ahora mismo, en relación al centenario [de los nacimientos de Mario Benedetti e Idea Vilariño] (aunque venía de antes), estamos trabajando desde la Fundación Mario Benedetti en las cartas entre Benedetti y Vilariño. Es una correspondencia larga, que se extendió varias décadas. Durante muchos años se tratan de usted, hasta que un día se dan cuenta de que es un poco cómico y empiezan a tutearse. Se escribieron cuando viajaron —Mario viajó muchísimo, más allá de la larga itinerancia del exilio; Idea bastante menos, aunque no tan poco— y en ellas se cuentan los pormenores de la vida diaria, en el trabajo de uno y de otra. Idea habla de sus estudios sobre el ritmo, de sus trabajos en «la masa sonora del poema», de las traducciones en que está; Mario le cuenta que acaba de terminar un libro de poemas, o que está en medio de una novela, o, a veces, que está metido en algo que no sabe bien en qué va a terminar, si en poema o en novela.

Son cartas en las que se habla de vínculos literarios —sobre todo a partir del trabajo de Mario en Casa de las Américas y luego en el Centro de Estudios Latinoamericanos, que fueron grandes hitos en las Américas de la década de los 60. Cuando digo vínculos, me refiero a una especie de afectividad que se va rastreando en un cierto pensamiento de comunidad posible. En esa década se siente, y ellos —ambos— creen fervientemente en esa posibilidad de que la vida se deje y que sea otra. Y creo que es esa certeza de posibilidad que los afianza en la confianza y les da algo como una sobrevida, aunque sea durante un período (que va desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta la caída de Allende en Chile) que ahora nos resulta relativamente breve. Aunque en la década de los 70 vengan las dictaduras para América Latina, los exilios, la feroz figura de los desaparecidos (con un porcentaje alto de desaparecidas mujeres, que entra en otro capítulo y que tal vez es el mismo), esa certeza de posibilidad, digo —creo—, los mantiene en línea toda la vida.

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