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pensamientos alternativos

Conocer la nariz de Dios: Conversaciones entre Burroughs y Ginsberg sobre la ayahuasca

Por Teresa Porzecanski / Miércoles 04 de abril de 2018
William Burroughs en Mocoa, Colombia, por Richard Schultes
Las experiencias sensitivas y cognitivas vividas con la ayahuasca por William S. Burroughs y, unos años después, por Allen Ginsberg fueron narradas por estos autores en una suerte de correspondencia que mantuvieron en torno a este tópico. Esa correspondencia terminó en libro, y esto es lo que le pasó a Teresa Porzecanski cuando lo leyó.

Un descenso a los infiernos, reales o figurados, con su cuota de asco, y la angustia de sentirse atrapados dentro de una cultura opresiva, fueron seguramente inspiradores de la mejor literatura de la generación de la posguerra: ejemplos son Allen Ginsberg y William S. Burroughs, amigos entrañables que intercambiaron correspondencia de todo tipo y color, en las que la experiencia dolorosa de lo extremo parece haber contribuido a sus creaciones literarias.

Año 1953: alcohólico, drogadicto y homosexual (en un tiempo rígido de ocultamiento y discriminación), un Burroughs cuarentón deambula por la selva colombiana en busca de la ayahuasca (no solo conocer la planta cruda, sino también preparada por los chamanes nativos, y poder comprobar sus efectos en la psiquis y en el cuerpo).

A lo largo de todo este trayecto que incluye desplazamientos dificultosos a lugares perdidos (asimismo en Panamá y Perú), escribe cartas de papel (no había Internet) a su querido amigo Allen Ginsberg (fundador de la llamada Generación Beat, homosexual, judío, y tan iconoclasta como él). Las cartas contienen observaciones; descripciones puntuales y peregrinas, generalmente indignadas o en rebeldía con los lugares y personas que le tocan en suerte; más lúcidas reflexiones respecto de la idiosincrasia de la gente, las que iluminan sobre esa búsqueda desesperada e inacabable de experiencias extremas, necesarias en tanto disparadoras de una posible escritura electrizante. 

Difíciles esos tránsitos por lugares y gentes de otros mundos incomprensibles (que eran, para un norteamericano urbano y educado de esos años, los mundos rurales y «remotos» sudamericanos) que, sin embargo, por mero contraste con los conocidos que les parecen decadentes, se tornan más interesantes. Esa resaca, la basura de lo humano, eso «nativo» y en vías de extinción, será para Burroughs (así como para Henry Miller, Hemingway y otros) no material de desecho, sino la semilla fermental que alimentará su escritura.

«Sudamérica no obliga a la gente a convertirse en marginal. Puedes ser maricón, o drogadicto, y seguir manteniendo tu posición. […] En los Estados Unidos te tienes que convertir en un marginal o vivir en un estado de abulia insensibilizada…»

Que se trata de una experiencia «reventada», en los términos que usaba el escritor argentino Jorge Asis en sus novelas, nadie lo duda. Un escritor verdadero no perdona las pequeñas miserias humanas, sino que hace de ellas la materia misma de una escritura poderosa, ácida y terrible: ¿Para qué molestarse en escribir sobre y desde lugares comunes? La ayahuasca nativa y su entorno de verdaderos cultores (y también timadores) es la excusa para acceder a una experiencia que propicia una conciencia extendida y extrema de un universo que, aunque la razón imagina controlado, es, todos los sabemos, incontrolable.

De pronto, desde tu pieza de pensión de cuarta categoría, la ayahuasca te transporta a una ciudad desconocida e inmensa, donde habitan, como en Babel, gentes de todos los pueblos, lenguajes y etnias, «un lugar donde el pasado desconocido y el futuro emergente se funden con un vibrante zumbido sin sonido» y donde existen «entidades larvarias esperando un ser vivo».

Años después, el 10 de junio de 1960, es Ginsberg quien se interna en la misma búsqueda, y desde Pucallpa, Perú, le escribe a Burroughs: «Bebí una taza […] me recosté y después de una hora […] empecé a ver o sentir lo que me pareció el Gran Ser, o una especie de sensación de Ello, que se me aproximaba como una gran vagina mojada —me recosté en ella durante un rato— la única imagen que te puedo describir es la de un gran agujero negro como de Nariz de Dios a través del cual me asomé a un misterio […] y todo ello era real». Lo que no es poco.


Las cartas de la ayahuasca
Burroughs, William S. y Allen Ginsberg
Anagrama (2006)
Páginas: 112
UYU 690

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