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«Un curso de milagros»: La verdad a través del amor infinito

Por Teresa Porzecanski / Jueves 13 de diciembre de 2018

Teresa Porzecanski nos cuenta acerca de la escritura automática, y de cómo varios autores han declarado creer no ser ellos los que escribían sus propios textos. Más allá de casos como el de Rimbaud o Borges, asistimos a los ejemplos de textos «dictados» por una suerte de ser superior o un estado alterado de conciencia, en el que sus letras predican distintas filosofías que encuentran su resonancia en religiones ya conocidas.

A lo largo de la historia de la literatura, no pocos escritores han expresado que no son exactamente los autores de sus textos. Un claro ejemplo es Rimbaud. Sorprendentemente, estos escritores han insistido en que sus textos «les fueron dictados» y que ellos solamente han sido instrumentales en la escritura de estos. Pero, ¿quién o quiénes los han dictado? A veces han sido voces no identificadas, pero aun así dueñas de un discurso muy preciso lleno de inspiraciones varias. Otras, se ha tratado de entidades que dicen no estar presentes en el ahora del tiempo, sino que se anidan en otras «dimensiones» o «atmósferas».

Algunos se han identificado, como Seth, un sacerdote del antiguo Egipto; otros se declaran espíritus ancestrales que vivieron en la Tierra, pero que ya no están en ella; otros dicen ser extraterrestres que habitan otros mundos, como es el caso de Kryon.

Por otra parte, puede decirse que la identidad precisa de las voces que dictan el discurso termina por volverse irrelevante frente a la densidad, complejidad y tipo de contenido filosófico de estos discursos: se trata de textos cargados de implicancias morales, dirigidos a lo que se suele llamar la naturaleza humana o el alma, textos que dicen y predicen, aconsejan y advierten, que anuncian, a veces, en el tono profético de los textos sagrados de las religiones estatuidas, acontecimientos peligrosos o compensatorios, y toda una saga de visiones sobre el mundo futuro. Podrían tal vez formar parte de lo que se suele llamar literatura profética, en el tono de los profetas cuyo mejor ejemplo es el del Antiguo testamento, pero difieren en que se pronuncian sobre el futuro contemporáneo inmediato y a mediano plazo, y en que también informan sobre interrogantes científicas y misterios trascendentes.

Aparte de los libros dictados a Jane Roberts —quien una mañana de 1963 tuvo su primera experiencia de dictado, y, desde entonces hasta su muerte en 1984, transcribió todo lo que recibió por parte de una entidad que se llamó a sí mismo Seth e invadió toda su mente, generando varios libros—, existen otros muchos ejemplos de lo que se ha dado en llamar canalización (del inglés channeling) y ha producido variedad de publicaciones de sesiones en las que el «médium» escucha y transcribe exactamente una enorme cantidad de textos. Ejemplos notorios son la serie de libros de Kryon, transcriptos por Lee Carroll, los libros de Ramtha, los libros de Rasha, y la grabación de sesiones de Edgar Cayce, considerado uno de los más conspicuos médiums en la historia de la parapsicología.

Por supuesto que el debate aquí está entre el escepticismo y la creencia, entre la racionalidad moderna y la fe antigua y nueva, ya que no existen pruebas de que el discurso dictado no haya sido creado por el propio receptor, o al menos por una parte escindida de su personalidad (¿esquizoide?) si vamos a verlos desde una perspectiva psicológica clásica.

 La amplia disyunción, sin embargo, entre los conocimientos y el vocabulario normales del receptor, y la densidad y amplitud de los temas tratados en los discursos dictados, parece indicar que no son ellos, los médiums, los que inventan el discurso, sino que, tal como lo declaran, ellos solamente son quienes escuchan y transcriben en una especie de estado de conciencia no ordinaria, o en un estado alterado de conciencia. En este punto, las conexiones que podrían iluminar mejor este fenómeno serían con el análisis del trance en las religiones de origen afro o entre los derviches (un tipo de trance inducido por la danza), los movimientos repetitivos en espiral y la autohipnosis.

Un caso conspicuo de escritura automática es el llamado Curso de milagros, transcripto a partir de 1965 por la psicóloga Helen Cohn Schucman, profesional que trabajaba en el Departamento de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad de Columbia en Estados Unidos. Un día, Helen le comentó a un colega: «¿Conoces esa voz interior? No me dejará. Siempre me está diciendo: “Este es un curso de milagros. Por favor: apunta lo que te diga”». Durante varios años, Helen escribió lo que escuchaba en su mente, y ello generó tres libros dentro de uno: el texto en sí, las instrucciones para quienes lo enseñarían, y un libro de ejercicios para los aprendices. Helen confiesa que sintió miedo de haberse vuelto loca pues la voz provenía de su interior, pero también del exterior, de otra esfera.

De los tres volúmenes publicados con un total de mil doscientas páginas en 1975, se han vendido millones de ejemplares a cargo de una organización sin fines de lucro, que invierte las ganancias en nuevas ediciones del Curso. El contenido —de bases cristianas— altera, sin embargo, algunos de los preceptos sustantivos de la cristiandad ortodoxa, en especial aquellos sobre la culpa, el castigo, el amor, el perdón y el miedo: «Este curso no pretende enseñar el significado del amor, pues eso está más allá de lo que se puede enseñar. Pretende, no obstante, despejar los obstáculos que impiden experimentar la presencia del amor, el cual es tu herencia natural. Lo opuesto al amor es el miedo, pero aquello que todo lo abarca no puede tener opuestos».

El milagro permanente sería acceder, a través del amor infinito, a lo real, dejando atrás lo ilusorio, y en este punto, la plataforma se acerca a las religiones orientales, y al concepto de maya (ilusión) que refiere a todo lo creado por la mente como percepción sin existencia fáctica. «Los milagros te capacitan para curar a los enfermos y resucitar a los muertos, porque tanto la enfermedad como la muerte son invenciones tuyas, y, por lo tanto, las puedes abolir. Tú mismo eres un milagro, capaz de crear a semejanza de tu creador. Todo lo demás no es más que tu propia pesadilla y no existe.»

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