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Crónicas

Orquídeas, argonautas y la península de Florida: Maggie Nelson

Por Rosario Lázaro Igoa / Viernes 26 de abril de 2019
Pulpo Argonauta. Foto: Marevision/Age Fotostock (National Geographic)

Viaja Rosario Lázaro Igoa y con ella, aunque tomando otros rumbos, Maggie Nelson y Harry Dodge, en una peregrinación que nos lleva de Los Ángeles a Miami. Viajan los cuerpos, mutan los deseos y metamorfosean los sexos.

Habría que empezar por decir que no conozco Miami más allá del aeropuerto. Con el estado de Florida y sus tierras bajas, quedé encantada hace años, cuando leí El ladrón de orquídeas, de Susan Orlean. Extrañas, esas flores asociadas a la femineidad, toman el nombre del griego: órjis «testículo» e idéa «forma». Sin embargo, más allá de la fascinación botánica, poderosa desde antes y desde entonces, por una razón u otra, ese lugar no ha sido destino de viaje. Ni la ciudad, ni las islas que se conectan por una autopista, ni los bañados de Fakahatchee, ni los centros comerciales ni los parques temáticos. En cambio, cultivé orquídeas en mi patio de Florianópolis. Las colgaba entre los árboles, para que las raíces pudieran estar en contacto con el aire húmedo, les traía cáscaras, que son el alimento de la planta, y las orquídeas, agradecidas supongo, florecían durante meses. Las hubo rosadas, blancas, púrpuras, verdes y hasta negras. En general, las compraba en oferta en los supermercados, medio desfallecidas, y allá iba con la tarea de resucitarlas. Pero como los ladrones de orquídeas siempre existen, cada tanto desaparecía alguna que otra.

A Fort Lauderdale, una ciudad al norte de Miami, volví hace pocos días. The Argonauts, de Maggie Nelson, es un ensayo y una autobiografía (y varias cosas más). Trata de amor, deseo, metamorfosis, maternidad y el esfuerzo por entender todo eso, o por tratar de entender, que a veces es parecido. El gesto, analítico en sus oscilaciones, no deja de ser visceral. Nelson lo explicita: la escritura no es acá un intento de creatividad, sino de elucidación. Pero vuelvo a esa zona del mundo, al porqué del supuesto retorno. El año es 2011: «el verano de nuestros cuerpos cambiantes». Viajan de Los Ángeles a Florida en plena época de huracanes. Tras varios intentos fallidos, Nelson ha logrado quedar embarazada con esperma de un donante y está de cuatro meses. Al mismo tiempo, Harry Dodge, su pareja, empieza a tomar testosterona y se extrae las dos mamas. Hospedados en un hotel de Fort Lauderdale contra el mar, cocinan en la pieza para no tener que salir a comer todas las noches, pues el dinero se les va en la operación. Con una venda alrededor del tórax, Dodge se drena la sangre que le sale del cuerpo, que no es poca. De todas formas, los cambios invisibles son los más removedores. «La cirugía no me preocupaba tanto como la testosterona –hay una cierta claridad en la remoción que la reconfiguración hormonal no tiene», escribe Nelson (p. 63), que, así como explora el tránsito de Dodge, también disecciona su cuerpo embarazado.

Imagino el clima tropical y pesado de Florida puntuado por las tormentas. La imagen es plana, aérea. Hay paisajes que se resisten a entrar en la forma de un territorio de varias dimensiones (si es que al ser mentales en realidad no tienen más dimensiones que la vida común y corriente). Así también es el hotel de Fort Lauderdale y contrasta con la corporeidad de lo que ocurre. «Perforaste mi soledad», le dice Nelson a Dodge como declaración de amor al principio del libro. En The Argonauts, guiño a Barthes, son dos seres, tres, que cambian al mismo tiempo. Tal vez los días que pasan en Florida sean los más intensos por esa concomitancia. Lejos del desierto de Los Ángeles, se someten a la experiencia. Sustituir y nombrar. En el resort junto al mar, un cuerpo muta, se vuelve seco y musculoso. El otro se hincha, se abre. Ajeno a todo, imparable, el feto toma cuerpo. Todos aman y sufren como animales, que es lo que somos al fin de cuentas. Y la indagación sobre el estado queer que supone el embarazo: «en la medida en que altera el estado “normal” de uno mismo, y ocasiona una intimidad radical con –y una alienación radical del– cuerpo propio» (p.16), aleja al ensayo de Nelson de una construcción edulcorada, o romantizada, de la maternidad. Luego, de vuelta en Los Ángeles, la descripción del parto será tan vívida, como conmovedora. El dolor es el paisaje. Pero antes, en Fort Lauderdale, los siguen rodeando las hordas de turistas y los resorts, los descapotables y las limusinas, y, más allá, probablemente los bañados, las orquídeas y los huracanes.

Nelson, Maggie. The Argonauts. Melbourne: The Text Publishing Company, 2017.

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