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crónicas

La Brasília de Clarice

Por Rosario Lázaro Igoa / Domingo 10 de diciembre de 2017

Rosario Lázaro Igoa, traductora literaria y periodista, que divide su vida entre Brasil y Uruguay, nos acerca esta bellísima crónica acerca de Brasília (así, con su tilde del idioma original), esa ciudad sin humedad que se opaca con el brillo de Rio de Janeiro y que solo recordamos que existe cuando nos la nombran. Pero esta Brasília tiene otro punto de vista que vale mencionar: el de una grande de las letras brasileñas: Clarice Lispector.

Desde la altura, geometría. Dos alas, extendidas en paralelo al lago artificial; y un centro de comando, o la cabeza del animal, en la Plaza de los Tres Poderes. Pájaro, avión, cruz: algo de eso eligió Lúcio Costa para diseñar Brasília en 1957. Terminó creando una aglomeración en el medio de la nada. Por lo bajo, aspereza roja. Paisaje marciano que sufre con la seca todos los inviernos y se quema y se calcina y vuelve a la vida con la lluvia, ausente semana tras semana. 8 por ciento de humedad en el aire. Setiembre. Meses sin siquiera una garúa e incendios cada dos por tres. Planalto, el palacio del rey que nadie quiere. Tierra del color de un ladrillo. Al salir del avión, se boquea como un pescado afuera del agua. A veces, sangra la nariz, duele la cabeza, achicharrado el cráneo al sol.

Pero tal vez lo más extraño sea que, a diferencia de Rio, con Brasília no se sabe qué esperar. No hay imágenes acopladas, agarradas como flores o parásitos a ese nombre que hace mujer a Brasil, con tilde versión portugués. Mientras Rio (sin tilde) es proliferación de literatura, y sobre todo de crónicas, Brasília es casi una suspensión cronística, con excepciones. Poco anticipa el pasto amarillento en pleno Eixo Monumental, muestra del paso de la seca por el cerrado. Se sabe algo sobre el largo y ancho de las avenidas, un poco sobre las ciudades satélite, a las que el cine les agrega imágenes tan reales como distópicas en Branco sai, preto fica (2014). Casi nada sobre la vida de las personas, a quienes no es difícil de imaginar con el carácter de los colonizadores, o de los marcianos. Así, no hay cómo prepararse para la convivencia con el aire seco e invasivo del Distrito Federal.

Son las cinco de la tarde y el barullo de la multitud se refresca en la piscina pública. El piso es de piedra y esmeralda el color del agua. A pocos kilómetros quedó el silencio de cuadras perpetuas, avenidas anchas, comercios apiñados en puntos estratégicos del Plan Piloto. Vi todo desde el taxi. Acá no se camina, advirtieron, y tenían razón. Tampoco se nada, deberían agregar, porque la nariz arde cuando busca atrapar este aire sin humedad. Clarice Lispector, que supo dedicarse en sus crónicas a Rio de Janeiro, donde vivió mucho tiempo, tiene contados textos sobre Brasília. De su primera visita, en los años sesenta, quedaron anotaciones sobre la artificialidad y el espanto del emprendimiento. Y de su carácter mítico. De tan ancestral (la manía fundadora del Estado sugería el vínculo), la ciudad le parecía helada.

Hay otro texto de 1972. No es muy poético, como lo eran en general sus entregas a la prensa. Lo escribió para el Jornal do Brasil cuando hacía periodismo como ganapán. Es la reproducción de un supuesto diálogo con una pareja de arquitectos. O un gran rodeo para no decir gran cosa de la ciudad. No le da pelota. La evade de la forma más elegante: hace hablar a la pareja, e intercala unos pocos comentarios. El hombre alaba las posibilidades laborales del lugar. La mujer, menos elocuente, reconoce extrañar el océano. De pronto, Clarice suelta que le pareció: «una ciudad del farwest de las películas, con saloons y tiroteos» (y eso sí es lejano en esta geometría). Él vuelve a glorificar las virtudes de este páramo en el medio de la eternidad. «Si hay un lugar hoy en el mundo en el que el arquitecto tiene un papel urgente y bello es en Brasilia: más de la mitad de la ciudad está por construir», dice el arquitecto, arrebatado. Más de cuatro décadas después, al salir de la piscina, el auto avanza y las grúas alternan con camiones que traen material hasta otro nuevo barrio en construcción. Los incendios salpican el paisaje y el sol se pone con un velo de humo. Si es por construir, hay miles de kilómetros de paisaje marciano hacia donde se mire.


Lectura recomendada:

Descubrimientos
Lispector, Clarice
Adriana Hidalgo Editora (2010)
Páginas: 296
UYU 890

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