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Retos imaginativos

Leé un avance de «Los hongos del fin del mundo»

Por Anna Lowenhaupt Tsing / Miércoles 20 de setiembre de 2023
Anna Lowenhaupt Tsing y portada de «Los hongos del fin del mundo» (Caja Negra, 2023).

La antropóloga Anna Lowenhaupt Tsing explora la indeterminación y las condiciones de precariedad actuales en Los hongos del fin del mundo. Sobre la posibilidad de vida en las ruinas capitalistas (Caja Negra, 2023). ¿Qué ocurre cuando en la vida ya no hay promesa de estabilidad? Leé el comienzo de este ensayo traducido del inglés por Francisco J. Ramos Mena. 

Cresta de Takamato, abarrotada de sombrerillos en expansión,

saturando, proliferando… la maravilla del aroma de otoño.

De la colección de poesía japonesa del siglo Viii, Man-nyo Shu [1]


¿Qué haces cuando tu mundo empieza a desmoronarse? Yo salgo a pasear, y, si tengo mucha suerte, encuentro algún que otro hongo. Me devuelven el ánimo; no solo –como las flores– por sus abrumadores colores y olores, sino porque además brotan de forma inesperada, recordándome mi buena fortuna por estar allí justo en ese momento. Entonces soy consciente de que todavía hay placeres en medio de los terrores de la indeterminación. Los terrores son evidentes, y no solo para mí. El clima del planeta se está descontrolando, y el progreso industrial ha demostrado ser mucho más mortífero para la vida en la Tierra de lo que nadie habría imaginado hace un siglo. La economía ya no es una fuente de crecimiento ni de optimismo, y cualquiera de nuestros puestos de trabajo podría desaparecer con la próxima crisis económica. Y no se trata solo de que yo pueda temer una oleada de nuevos desastres: tampoco puedo apoyarme en historias que expliquen adónde va todo el mundo y por qué. Antaño la precariedad parecía el destino de los menos afortunados; hoy parece que todas nuestras vidas son precarias, incluso cuando –al menos por el momento– tenemos los bolsillos llenos. A diferencia de lo que ocurría a mediados del siglo XX, cuando los poetas y filósofos del norte global se sentían enjaulados por una excesiva estabilidad, hoy muchos de nosotros, en el norte y en el sur, afrontamos una situación de problemas sin fin.

Este libro habla de mis viajes en compañía de los hongos para explorar la indeterminación y las condiciones de la precariedad, es decir, de la vida sin la promesa de la estabilidad. He leído que, cuando se desintegró la Unión Soviética, en 1991, miles de siberianos, repentinamente privados de las garantías que les daba el Estado, corrieron a los bosques a recolectar hongos. [2] No se trata de los mismos hongos que yo investigo, pero ilustran mi argumento: las vidas incontroladas de los hongos son un regalo –y una guía– cuando nos falla el mundo controlado que creíamos tener.

Aunque no pueda ofrecerlos a los lectores, espero que me sigan en este paseo para saborear el «aroma de otoño» elogiado en el poema que da comienzo a este prólogo. Se refiere al olor del matsutake, un grupo de hongos silvestres aromáticos especialmente apreciados en Japón. El matsutake se valora además como una señal de la llegada del otoño. Su olor evoca la tristeza por la pérdida de las regaladas riquezas del verano, pero también evoca la fuerte intensidad y las acentuadas sensibilidades del otoño. Dichas sensibilidades nos harán falta para encarar el final del regalado verano del progreso global: el aroma de otoño me transporta a una vida común sin garantías. Este libro no es una crítica de los sueños de modernización y progreso que en el siglo XX ofrecieron un panorama de estabilidad: muchos analistas antes que yo han diseccionado esos sueños. En lugar de ello, me limito a abordar el reto imaginativo de vivir sin los pasamanos que antaño nos hicieron creer que sabíamos, colectivamente, hacia dónde íbamos. Si nos abrimos a su fúngico atractivo, el matsutake puede catapultarnos a la curiosidad que me parece que constituye el primer requisito para la supervivencia colaborativa en tiempos precarios.

Así expresaba el reto cierto panfleto radical: «El espectro que muchos intentan no ver es fácil de captar: el mundo no se "salvará"… Si no creemos en un futuro revolucionario global, debemos vivir (como de hecho hemos tenido que hacer siempre) en el presente». [3] Se dice que, cuando en 1945 la bomba atómica destruyó Hiroshima, el primer ser vivo que resurgió en el paisaje devastado fue un matsutake. [4] 

Dominar el átomo representó la culminación del sueño humano de controlar la naturaleza; pero también marcó el principio del fin de ese sueño. La bomba de Hiroshima cambió las cosas. De repente fuimos conscientes de que nosotros, los humanos, podíamos destruir la habitabilidad del planeta, fuera intencionalmente o no. Y esa conciencia no ha hecho sino aumentar a medida que hemos ido sabiendo más cosas de la contaminación, la extinción masiva y el cambio climático. La mitad de la precariedad actual tiene que ver con el destino de la Tierra: ¿con qué tipo de  perturbaciones humanas podemos vivir? A pesar de todo el palabrerío sobre la sostenibilidad, ¿cuántas posibilidades tenemos realmente de legar un entorno habitable a nuestros descendientes multiespecíficos?

La bomba de Hiroshima también abrió la puerta a la otra mitad de la precariedad actual: las sorprendentes contradicciones del desarrollo de posguerra. Después de la guerra, las promesas de modernización, respaldadas por las bombas estadounidenses, parecían deslumbrantes: todo el mundo saldría beneficiado. La dirección del futuro era bien conocida. Pero ¿lo es ahora? Por un lado, ningún lugar en el mundo quedó al margen de esa economía política global construida a partir del aparato de desarrollo de la posguerra; por otro, a pesar de que las promesas de desarrollo siguen atrayéndonos, parece que hemos perdido los medios para lograrlo. Se suponía que la modernización inundaría el mundo –tanto comunista como capitalista– de puestos de trabajo, y no de cualesquiera puestos de trabajo, sino de un «empleo estándar» con salarios y prestaciones regulares. Hoy tales puestos de trabajo son bastante raros, y la mayoría de la gente depende de medios de subsistencia mucho más irregulares. La ironía de nuestra época es que todo el mundo depende del capitalismo, pero casi nadie tiene eso que solíamos llamar un «trabajo estable».

Vivir en la precariedad entraña algo más que despotricar contra quienes nos han traído hasta aquí (aunque eso también puede ser útil, y, desde luego, no estoy en contra). Podríamos mirar a nuestro alrededor para observar ese extraño nuevo mundo, y forzar nuestra imaginación para llegar a captar sus contornos. Aquí es donde los hongos acuden en nuestra ayuda. La predisposición del matsutake a brotar en paisajes devastados nos permite explorar la ruina en que se ha convertido nuestro hogar colectivo.

Los matsutakes son hongos silvestres que viven en bosques alterados por el hombre. Como las ratas, los mapaches y las cucarachas, están dispuestos a resistir algunos de los desastres medioambientales que han creado los humanos. Pero en este caso no se trata de una plaga: lejos de ello, representan un preciado placer gastronómico; al menos en Japón, donde en ocasiones los altos precios hacen del matsutake el hongo más valioso del mundo. Gracias a los nutrientes que les proporciona a los árboles, el matsutake ayuda a los bosques a desarrollarse en lugares de aspecto espeluznante. Tomar el matsutake como guía nos revela posibilidades de coexistencia en el marco de la perturbación medioambiental. Obviamente, eso no es excusa para causar más daños, pero el matsutake nos muestra un cierto tipo de supervivencia colaborativa.

Asimismo, el matsutake realza las grietas existentes en la economía política mundial. En los últimos treinta años, este hongo se ha convertido en un producto global, que se recolecta en bosques de todo el hemisferio norte y se envía fresco a Japón. Muchos de los recolectores pertenecen a minorías desplazadas y culturalmente marginadas. En el Pacífico Noroeste estadounidense, por ejemplo, la mayoría de los recolectores de matsutake para usos comerciales son refugiados de Laos y de Camboya. Debido a sus elevados precios, el matsutake realiza una importante contribución al sustento allí donde se recoge, e incluso alienta la revitalización cultural.

El comercio de este hongo, no obstante, apenas conduce a los sueños de desarrollo del siglo XX. La mayoría de los recolectores de hongos con los que hablé cuentan terribles historias de desplazamiento y pérdida. La recolección con fines comerciales constituye una forma de sobrevivir mejor que la media para quienes no tienen otra forma de ganarse la vida. Pero, en cualquier caso, ¿qué tipo de economía es esta? Los recolectores de hongos trabajan solos; ninguna empresa los contrata. No hay salarios ni prestaciones: simplemente, se limitan a vender los hongos que encuentran. Algunos años no hay hongos, y entonces incurren en pérdidas. La recolección de hongos silvestres con fines comerciales es un ejemplo de subsistencia precaria, sin ninguna seguridad.

Este libro aborda el tema de los medios de subsistencia precarios y los entornos precarios haciendo un seguimiento del comercio y la ecología del matsutake. En todos los casos que expongo, me encuentro en un entorno fragmentario, esto es, en un mosaico de conjuntos abiertos de formas de vida interrelacionadas, cada una de las cuales se abre a su vez a un mosaico de ritmos temporales y arcos espaciales. Sostengo que solo la conciencia de la precariedad actual como un fenómeno global nos permite observar esto: la situación de nuestro mundo. En tanto que un análisis autorizado requiere partir de supuestos de crecimiento, los expertos no pueden ver la heterogeneidad del espacio y el tiempo, por más que esta resulte evidente tanto para las personas afectadas como para los observadores comunes y corrientes. Pero lo cierto es que las teorías de la heterogeneidad están todavía en su infancia. Para apreciar la fragmentaria imprevisibilidad asociada a nuestra situación actual necesitamos reabrir nuestra imaginación. El objetivo del presente volumen es contribuir a ese proceso… con el aporte de los hongos.

En lo que se refiere al comercio, digamos que el comercio contemporáneo funciona dentro de las limitaciones y posibilidades del capitalismo; no obstante, siguiendo los pasos de Marx, los estudiosos del capitalismo en el siglo XX interiorizaron el progreso para ver solo una potente corriente a la vez, ignorando el resto. Este libro muestra que es posible estudiar el capitalismo sin partir necesariamente de ese asfixiante supuesto; combinando una estrecha atención al mundo, en toda su precariedad, con las cuestiones relativas a cómo se acumula la riqueza. ¿Qué aspecto podría tener el capitalismo si no se parte del supuesto del progreso? Podría tener el aspecto fragmentario característico de un mosaico: la concentración de la riqueza es posible porque el capital se apropia del valor producido en parcelas no planificadas.

Con respecto a la ecología, precisemos que para los humanistas los supuestos relacionados con el progresivo dominio humano han fomentado una visión de la naturaleza como un espacio romántico de antimodernidad. [5] Sin embargo, para los científicos del siglo XX el progreso también enmarcó inconscientemente el estudio de los paisajes. Los supuestos relacionados con la expansión se deslizaron en la formulación de la biología de poblaciones. Los nuevos avances en ecología permiten pensar de manera muy distinta al introducir los relatos de interacciones y perturbaciones entre especies. En esta nuestra época de expectativas reducidas, busco ecologías basadas en la perturbación en las que en ocasiones numerosas especies viven juntas sin que exista ni armonía ni conquista

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Notas

[1] Miyako Inoue tuvo la amabilidad de trabajar conmigo en esta traducción; buscábamos una versión que resultara a la vez literal y evocadora. Puede verse una versión alternativa en Grupo de Investigación sobre los Mundos del Matsutake (ed.), Matsutake, Kioto, Grupo de Investigación sobre los Mundos del Matsutake, 1964, texto preliminar: «El aroma de los hongos de pino. Formando líneas y anillos, los sombrerillos, con su rápido crecimiento, acaban de bloquear el camino a la cima del Takamatsu, en la aldea del Pino Alto. Desprenden un atractivo aroma otoñal que me resulta de lo más refrescante…». 

[2] Sveta Yamin-Pasternak, «How the Devils Went Deaf: Ethnomycology, Cuisine, and Perception of Landscape in the Russian Far North», tesis doctoral, Universidad de Alaska, Fairbanks, 2007.

[3] Desert, San Kilda (Reino Unido), Stac an Armin Press, 2011, pp. 6 y 78.

[4] Fueron comerciantes de matsutake chinos quienes primero me contaron esta historia, que yo consideré una leyenda urbana; sin embargo, en la década de 1990 un científico formado en Japón confirmó la veracidad del relato en la prensa japonesa. Personalmente, todavía no he podido verificarla. Aun así, el momento en que se lanzó la bomba, en agosto, habría correspondido al comienzo de la temporada de fructificación del matsutake. Cuán radioactivos serían esos hongos es un misterio aún no resuelto. Un científico japonés me dijo que se había propuesto investigar la radioactividad del matsutake de Hiroshima, pero las autoridades le habían dicho que se mantuviera alejado del tema. La bomba estadounidense explotó a más de quinientos metros de altitud por encima de la ciudad; la versión oficial sostiene que la radioactividad fue arrastrada por las corrientes eólicas globales, sin que apenas hubiera contaminación local.

[5] En el presente volumen, el término «humanista» incluye a los estudiosos formados tanto en humanidades como en ciencias sociales. Al emplear el término en oposición al de «naturalistas», pretendo evocar lo que C.P. Snow denominaba «las dos culturas»: Charles Percy Snow (1959), Las dos culturas, Buenos Aires, Nueva Visión, 2009. Entre los humanistas incluyo también a quienes se califican a sí mismos de «poshumanistas».

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LOWENHAUPT TSING, Anna. Los hongos del fin del mundo. Sobre la posibilidad de vida en las ruinas capitalistas. Trad. Francisco J. Ramos Mena. Buenos Aires: Caja Negra, 2023, pp. 19-27. 


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