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Lecturas contemporáneas

La existencia confiscada por las pantallas

Por Facundo Rojí Sanseviero / Viernes 29 de abril de 2022

Porque en tiempos de pandemia las formas de leer tampoco son inmunes, Facundo Rojí Sanseviero reseña Lectura y pandemia, del académico francés Roger Chartier (Katz, 2021). Así como este libro muestra a Chartier entablando conversaciones en torno al libro y las pantallas, Facu dialoga con el autor y analiza sus propias estrategias de lectura y resistencia.

A partir del 13 de marzo del 2020 ya nada fue igual en nuestras cotidianidades: se declaraba la emergencia sanitaria en Uruguay, como en gran parte del planeta, a causa de la pandemia por covid-19. Luego de más de dos años, el pasado 5 de abril el Gobierno decretó el levantamiento de la emergencia y, con esto, parece haber llegado a su fin la obligatoriedad del barbijo, el distanciamiento social, la reducción de la movilidad, las infinitas e interminables reuniones y encuentros virtuales, la falaz y promocionada «libertad responsable». 

Lo que continúa es la crisis económica y social: más de 300 ollas populares siguen alimentando a miles de personas en nuestro país. En el mundo, en tanto, la desigualdad crece y la incertidumbre se renueva con nuevas catástrofes inminentes. En este panorama, casi sin darnos cuenta, asistimos a una reconfiguración total de las maneras de habitar la vida.

Desde diferentes ámbitos se está investigando y debatiendo en torno al impacto social y psicológico de la pandemia. Si bien es apresurado sacar conclusiones, se puede afirmar algo: no hay retorno a la «vieja normalidad» simplemente porque fue un quiebre, hay un a.p. y un d.p., si me permiten la referencia cristiana. Aparecieron nuevas formas y prácticas en cada rincón de nuestra existencia; seguramente si nos refriamos, vamos a ponernos barbijo voluntariamente; todavía no sabemos muy bien cómo saludar, si con puño, con beso o no saludar; en ámbitos educativos, los sistemas híbridos de aprendizaje (presencial/virtual) ponen en discusión cómo se enseña y se aprende; hay colegas terapeutas que ahora solo trabajan de forma virtual; entre otras tantas transformaciones. 

Lo que parece estar sobre la mesa, una vez más, son las nociones de materialidad y presencia, dado que la forma que encontramos como humanidad de hacer frente a la pandemia trajo consigo la aceleración de lo que ya estábamos viviendo: la coexistencia del mundo material y mundo digital (sobre este tema recomiendo fervientemente la colección Futuros próximos, editada por Caja Negra). 

«En tiempos de pandemia, ni siquiera las lecturas son inmunes», nos alerta la contratapa del libro Lectura y pandemia, editado por Katz, en donde son recopiladas dos conversaciones que tienen como voz principal a Roger Chartier, intelectual e historiador francés apasionado por la historia cultural del libro y la escritura. En estas conversaciones lo acompañan el editor argentino Alejandro Katz, el editor y poeta mexicano Daniel Goldin y el historiador argentino Kwiatkowski.

En el libro, de poco más de setenta páginas, el autor comparte sus interesantes reflexiones e interrogantes respecto al desafío que enfrenta la industria del libro en la era digital (por ejemplo, el descenso de las ediciones en papel y el aumento de las digitales). Sus observaciones refieren, principalmente, al mercado editorial francés y europeo, pero no por eso deja de tener pertinencia para nuestro sur. Es más, en ese sentido los demás autores enriquecen la discusión logrando una visión global del tema. 

Saliendo de la industria de libro en sí misma, Chartier nos invita a pensar nuestras prácticas como lectores. Es decir, pensando en qué soporte leemos, cuántos libros leemos, cuánto tiempo le dedicamos a la actividad de la lectura, en el momento mismo en que asistimos a «la existencia confiscada por las pantallas».

La pregunta surge por sí sola: ¿asistimos al fin del libro como objeto que porta un texto a ser leído? ¿coexistirán las dos culturas, la material del texto impreso, con la del texto digital? El historiador plantea dos formas de relacionarnos con lo escrito. Una está marcada por la materialidad de la experiencia, del encuentro con el texto impreso, con el libro que descubrimos en el estante de una librería, con la lectura del diario (en la actualidad, por cierto, varios diarios legendarios del mundo dejaron de realizar su edición en papel), con la visita a una biblioteca. Esta sería la lógica del pasaje, del viajero, del «cazador furtivo» que descubre. Para ejemplificarlo: aquel libro que encontraste usado recorriendo la feria de Tristán  y se transformó en el hallazgo del día.

Esta lógica, esta forma de acceder al texto escrito, está conviviendo (¿o es sustituida?) con otra en la que la producción y la lectura textual digital se reducen a la lógica del algoritmo, de la temática o del tópico, que nos sugieren por dónde ir. Ahí no es posible el descubrimiento. Lectores como base de datos, librerías y editoriales como plataformas. 

Es claro que la pandemia allanó el camino para la lógica digital; tanto es así que los autores plantean el riesgo que corre el concepto del libro como objeto material válido, portador de un texto, dado que, evidentemente, en la dimensión digital, estamos frente a pantallas. Sobre las formas de acercamiento a los textos digitales, el historiador francés advierte sobre el peligro de la generalización de la lectura digital al punto de volverse la forma predominante de acceso a los textos escritos. A su vez, otros de los riesgos de esta forma de lectura es que está empapada por las características de la lectura en las redes sociales: es acelerada, impaciente, fragmentada. La pesadilla es que esto se transforme en un «patrón», en un modelo de abordaje de los textos que someta a todas las otras posibilidades de lecturas alternativas a esta.

Roger Chartier es muy claro frente a la necesidad de implementar políticas públicas para favorecer y mantener «la pluralidad de las culturas escritas» representada en librerías, editoriales y bibliotecas. Desde una esfera más íntima y personal, el francés nos invita a resistir «al impulso de recurrir inmediatamente al clic de la computadora».

Este libro me lleva a la reflexión sobre mis propias prácticas de lectura, en las cuales conviven los libros como tesoros alojados en la biblioteca, armada desde la lógica del viajero que descubre o que es sorprendido por el azar. El texto impreso es, sin duda, mi soporte predilecto. Al mismo tiempo, infinidad de pestañas abiertas del navegador en mi pantalla, con artículos casi de cualquier tema, noticias del día, el correo abierto lleno de nuevos mensajes que esperan ser leídos, en un magma de textos digitales, sumido en la lógica de la lectura fragmentaria y acelerada. 

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