Un cruce curioso, a simple vista, es el del boxeo y la literatura. Sin embargo, si prestamos atención, Hemingway, Norman Mailer, Julio Cortázar, Joyce Carol Oates, Jack London o Sir Arthur Conan Doyle tomaron este deporte como materia para sus textos. Como diría Osvaldo Soriano: «Deporte obsceno, repudiable, arcaico, el boxeo es el más excitante y literario de todos».

Ezra Pound Intentó boxear enseñado por Hemingway, Jean Cocteau era también un enamorado del box…, en fin, la lista podría ser larga.

El libro La dulce ciencia reúne las crónicas boxísticas publicadas en torno a los años cincuenta por A. J. Liebling en el New Yorker. El libro fue nombrado Mejor Libro de Deportes de la Historia por Sport Illustrated y contiene veinte crónicas en trecientas treinta y ocho páginas que nos permiten ver no solo las peleas, sino el entorno, los personajes y las situaciones que rodean y preceden a cada boxeador, a cada combate.

Es llamativa la queja del impacto de las emisiones por televisión en las posibilidades de ascenso de los púgiles novatos, por ejemplo, y agradable el anecdotario de bares en los cuales se reunían los amantes del box, los entrenadores, promotores y periodistas con los propios deportistas.

Algo que realza aún más el libro es la parte final, llamada «Cuadrante histórico», en el cual figura un esquema con el nombre del deportista, peso, títulos —si los tuvo—, y combates destacados de casi ciento cincuenta boxeadores, que hoy podemos encontrar en YouTube.

Cada página es sobre boxeo, cada página es literatura de la buena, cada página lo hace un libro fuera de lo común.