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vida y obra

Elena Garro: la madre disidente del realismo mágico

Por Natalia Mardero / Jueves 12 de abril de 2018
Frente a los varios mitos fantasmas que se tejen y se han tejido a lo largo de los años alrededor de la figura de la escritora mexicana Elena Garro, Natalia Mardero nos presenta este perfil que extrae la esencia de una autora que debemos repensar.

¿Quién fue realmente Elena Garro? Todavía para muchos, la esposa de Octavio Paz. Para otros, una mitómana con delirios persecutorios, una traidora. El tiempo, sin embargo, va colocando su obra donde debe estar. Precursora a regañadientes del realismo mágico, Garro fue una de las voces renovadoras de las letras mexicanas, seguramente la escritora más relevante luego de sor Juana Inés de la Cruz.

Nació en Puebla en 1916. Niña caprichosa, curiosa y mimada, creció en Iguala, pueblo del Estado de Guerrero que más adelante se convertiría en escenario de su novela más celebrada: Los recuerdos del porvenir (1963). Siendo una adolescente conoció a Octavio Paz, con quien se casó en 1937 y con quien tuvo a su única hija, Helena, en 1939. La relación, tumultuosa y conflictiva, duró oficialmente hasta 1959, pero estuvieron eternamente ligados por una relación de amor-odio y de permanente competencia.

Fue periodista, guionista y dramaturga de forma intermitente, dependiendo de la situación económica en el hogar y del permiso de Paz, quien era reacio a no ser el único escritor de la casa. Garro escribía poesía en cuadernos que después desechaba, plasmaba vivencias de sus viajes y de su tensa relación con Paz.

En los años cincuenta se afianzó como dramaturga con obras como Un hogar sólido, El rey mago y La señora del balcón. Pero fue con la novela Los recuerdos del porvenir, ganadora del prestigioso Premio Xavier Villaurrutia, que su nombre empezó a sonar fuerte entre los círculos culturales de la época. Para muchos, este libro, que se editó cuatro años antes que Cien años de soledad, es indiscutiblemente el precursor del realismo mágico. A Garro le incomodaba la etiqueta por considerarla mercantilista; para ella el realismo mágico echaba mano de la cosmovisión indígena y por lo tanto no planteaba nada novedoso. Más allá de las etiquetas, en Los recuerdos del porvenir plasma sus obsesiones y las mezcla con recuerdos de su propia infancia. El pueblo de Ixtepec es el narrador que nos habla de las historias íntimas de sus habitantes, desencantados y pesimistas, y sobre la violencia cotidiana, las grietas de la revolución y la desigualdad en el medio rural. Implacable, Garro despliega su mirada crítica sin dejar de lado la poesía y un lenguaje exquisito.

Rubia, elegante, frívola, llamaba la atención en todos los ámbitos en donde se movía. Acompañaba las manifestaciones de los campesinos indígenas caminando sobre tacos altos y envuelta en tapados de piel. Su activismo y su rebeldía le jugaron en contra, y su vida estuvo marcada por el descrédito político y el exilio. En los años sesenta el ambiente social y político en México era tan efervescente como en otras partes del mundo, pero 1968 es recordado por la masacre estudiantil de Tlatelolco, una represión sangrienta llevada adelante por el presidente Gustavo Díaz Ordaz. Garro aprovechó la ocasión para acusar en la prensa a los intelectuales de izquierda mexicanos (a quienes detestaba por creer que no se enfrentaban al gobierno directamente para cuidar sus lugares de influencia) y los responsabilizó de instigar a los estudiantes y luego abandonarlos a su suerte. Por su parte, los intelectuales sostenían que ella trabajaba para los servicios secretos y algunos líderes estudiantiles la acusaron de ser una infiltrada del gobierno. Quedar en medio del fuego cruzado, las presiones reales y la paranoia la llevaron al autoexilio durante años. Se creó a su alrededor una leyenda negra y cargó con el estigma de traidora durante décadas; quedó excluida de la vida cultural, social y política de su país. Su hija y sus numerosos gatos la acompañaron en todos los destinos: Nueva York, Madrid y París.

En 1993 regresó a México. Las aguas se habían calmado y Garro, casi en la indigencia, produjo textos fundamentales como Inés (1995) y Un traje rojo para un duelo (1996). Vivió con su hija en Cuernavaca, postrada en una cama y manteniéndose a base de café, Coca Cola y cigarrillos. Murió de enfisema pulmonar en agosto de 1998. A cien años de su nacimiento y veinte de su muerte, México revisa y deconstruye el nombre y el lugar de Garro en las letras y en su historia reciente. Aún no forma parte del canon como Carlos Fuentes o Juan Rulfo, pero los motivos nada tienen que ver con la literatura.


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