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vida y obra

Comiendo feijoada con Homero: La brasileña Nélida Piñón

Por Hugo Fontana / Jueves 07 de diciembre de 2017
Nélida Piñón, una reconocida figura de las letras brasileñas, presentada a través de la acertada pluma de Hugo Fontana, quien nos entrega un nuevo paneo de la obra literaria de escritores que debemos leer.

Uno de los encuentros del ciclo Diálogo de Escritores Latinoamericanos de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires del pasado mes de mayo de 2017 versó sobre historia antigua y mitología clásica. En la mesa, la brasileña Nélida Piñón aseveró que «los mitos nos persiguen. Comen con nosotros. A mí me gusta mucho pensar que tendría gusto de tener a Homero en mi casa, para comer feijoada conmigo». Basó luego su ambición al sostener que las historias de los mitos nos resultan tan cercanas porque seguimos teniendo las mismas carencias que los griegos sufrieron en el pasado: «Eran seres carentes, como lo seguimos siendo nosotros, una carencia tan grande que solamente podía ser ocupada por la invención, por la capacidad de fundamentar nuestra existencia… Los griegos tuvieron la inteligencia extraordinaria de inventar dioses, y muchos dioses, dioses para todos los gustos, con azúcar, con sal, como fuera».

Estas palabras, expresadas con humor, podrían, sin embargo, tomarse como una declaración de principios de la propia Piñón: una escritora que ha destinado su obra a explicar, cuando no a refundar, los procesos de la creación tanto en el plano literario como en el histórico. Así su fastuosa novela La república de los sueños (1984), un relato que atraviesa dos siglos de Brasil y que se adentra en su propia aventura familiar; así la exquisita Voces del desierto (2005), donde la hermana de Scherezade va dando cuenta de las habilidades narrativas y amatorias de una mujer que mixtura con la misma pasión dos invenciones simultáneas que le salvarán la vida: la de su imaginación y la de su cuerpo; así en el cálido Libro de horas (2013), en el que repasa con ternura y con valentía los avatares de su vida personal, acercándonos a los procesos de la creación literaria, pero también a su mundo privado, en el que destaca la presencia de Gravetinho Piñón, como ella bautizó a su pequeño perro.

Todo lo antedicho también es palpable en su último libro de cuentos, La camisa del marido (2015), en el que los vínculos intrafamiliares adquieren especial relevancia. Padres, madres, hijos: todo parece desenvolverse alrededor de ese triángulo primario en el que se encierran todos los sentimientos humanos. «La familia es un microcosmos», dijo en una entrevista a propósito de la edición del libro. «El mundo entero cabe ahí. Y el padre, por lo menos en mi mundo, no estaba ligado al afecto. No era de buen tono tratar a los hijos con amor». Y en otra nota del mismo año aseguró que «la pasión existe y la gran tradición universal es el parricidio. La gran obra de Juan Rulfo habla de eso, quieres el trono y matas al padre que tiene la corona».

Piñón fue galardonada con el Premio Príncipe de Asturias en 2005, y en 1996 fue la primera mujer que llegó a la presidencia de la Academia Brasileña de Letras. Pero acaso una de las distinciones que recibió con mayor agrado fue la designación como miembro de la Academia Galega, el lugar y el lenguaje de sus ancestros, que le han permitido mantener siempre vivo el contacto con sus orígenes. Nacida en Río de Janeiro en 1937, ciudad que solo abandonó por esporádicas residencias en Nueva York y en Pontevedra, trabó durante veinte años una intensa amistad con otra grande de las letras norteñas, Clarice Lispector.

«Clarice y yo teníamos el hábito de ir al extrarradio, al Delfos carioca, donde alguna cartomántica echaba las cartas sobre una mesa cubierta con un mantel de plástico, con el propósito de descifrar nuestras vidas. Un programa prometedor que nos garantizaba beneficios y un amor eterno», cuenta en un pasaje de Libro de horas. «Para esa visita, de la que advendría un contrato con la felicidad, Clarice se preparaba como si fuera a una ceremonia nupcial. Daba fe a las palabras que adivinaban la rotación del mundo. También yo, en menor grado, sucumbía ante aquel inexplicable hechizo.»

Nélida Piñón, Clarice Lispector y Marly de Oliveira

Lispector le regaló un cuadro de su autoría, una crucifixión pintada a propósito de la novela Madera hecha cruz (1963). Y Piñón rememora: «Lo tengo en mi casa, y la pintura se ha decolorado con los años. Al pasar frente a él en el corredor, me siento triste por su muerte. Clarice me hace falta, me duele el evocarla. Su amistad me hizo crecer».

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