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#boccaccio2018

Boccaccio: El alma del relato

Por Francisco Álvez Francese / Miércoles 22 de agosto de 2018
Obra de John William Waterhouse

El escritor argentino Pablo Maurette lidera desde hace tiempo lecturas colectivas que propone en Twitter. Ya leyeron La divina comedia y Don Quijote de La Mancha, y la nueva propuesta, que está instalada desde el pasado julio de 2018, es leer los cien relatos de el Decamerón, de Boccaccio, en cien días, y comentar sus percepciones acompañadas del hashtag #Boccaccio2018. Esta lectura llevó a Francisco Álvez Francese a releer este clásico y entender cómo hoy seguimos yendo a él.

Una pandemia mortal y muy contagiosa, de origen desconocido, asola el mundo. La aparición de unos bultos que pueden tener el tamaño de las manzanas en la ingle o las axilas es un índice de lo peor, y a los siete días, tras sufrir terribles fiebres y vomitar sangre, el infectado muere. En la mayoría de los casos, los cadáveres ni siquiera pueden ser sepultados apropiadamente y son apilados en las calles, donde siguen desparramando la enfermedad. En las ciudades principales se amontonan de a cientos.

En medio del horror, un grupo de muchachas se encuentra un día y decide huir para salvar sus vidas y, tras invitar a tres jóvenes más, se refugian en una casa en el campo.

Parece el argumento de una película de cine catástrofe o el comienzo de una novela de ciencia ficción, pero es la historia que da marco al Decamerón, obra mayor de Giovanni Boccaccio. La plaga es la de peste bubónica, que llegó a Florencia hace seiscientos setenta años, lo que hace de este un buen momento para revisitar la ciudad destruida y también la pequeña porción de paraíso que es para los narradores la villa toscana en la que se refugian.

Porque, en efecto, el modo de superar el tedio de su breve exilio no es otro que organizar una suerte de maratón de cuentos, dividida en diez días en los que cada uno de los miembros de la brigada será rey (o, más habitualmente, reina) por una jornada y marcará el tema. Sobre ese tema cada uno contará una historia y, entre cuentos y canciones, los jóvenes pasarán virtuosamente la ordalía y sublimarán, muchas veces, sus deseos, que el decoro no les permite satisfacer.

Así, dentro de una historia que pretende estar «basada en hechos reales», los múltiples relatos se entrecruzan y comentan, repitiendo a veces personajes, y forman una suerte de telar, un entramado complejo que juega con la variación y el azar y, sobre todo, con la esencia del relato. De este modo, leemos varias veces la misma narración esencial, pero son las peripecias de la fortuna, meros detalles de situación, las que alteran el tono o el final y las que transforman lo que en un contexto podía ser tragedia en una sátira, o viceversa.

A menudo recordado por sus historias más sexuales, Boccaccio ideó, como define el crítico Vittore Branca (principal reivindicador del carácter medieval del autor, frente a quienes lo piensan como protorrenacentista), una obra de estructura gótica, exuberante, compleja y ascendente, que inicia en el apocalipsis de la peste y el inmoral Ciapelletto y termina con la historia de Griselda, mujer virtuosa por excelencia que, como establece Marga Cottino-Jones, se vincula con la canción final del Canzionere de Petrarca, dedicada a la Virgen, y con la Beatrice dantesca. De esta manera, el Decamerón, dedicado a las mujeres, narrado en su mayoría por mujeres y protagonizado en buena medida por mujeres, marca el punto más alto en la obra del autor de la Elegía de Madonna Fiammetta (obra de juventud dedicada a las enamoradas) y de De claris mulieribus, una serie de biografías de mujeres ilustres que escribió en su última etapa. En ese momento había pasado, por influencia de Petrarca, a escribir en latín, pero su gran obra ya la había escrito en el toscano que había privilegiado Dante y las bases de una literatura en lengua vulgar estaban fuertemente cimentadas. Pronto, el Decamerón se convertiría en fuente de inagotables argumentos, que serían vueltos a contar una y otra vez (por autores fundacionales como Chaucer, por ejemplo), e inspiraría, en su estructura, desde Cervantes a Pasolini, cientos de obras.

Para su virtuosa «comedia humana», que recorre la sociedad de su época (mercaderes y campesinos, monjas y artistas, ladrones y reyes), Boccaccio se sirve de lo que Tzvetan Todorov llamó hombres-relatos, personajes sin psicología que representan un tipo y que sirven para hacer avanzar la acción, a la que están subordinados. En consecuencia, muchas de las novelas sirven para ilustrar un refrán o una máxima, otras surgen de un juego de palabras o, incluso, de un chiste y en todas ellas, incluso en las más tediosas, se puede ver el temperamento del autor, capaz de, a la vez, homenajear a Ovidio, hacer una broma procaz y dar una amable lección. La lectura del Decamerón, en su ambición y en su desmesura, en su sensualidad y en su denuncia feroz de las miserias humanas, en su problematización del artificio, sigue siendo por eso hoy la deleitosa conversación, desvergonzada y feliz, con un viejo amigo.

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