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la vida entre las letras y la pista de baile

Un autor en condiciones: Irvine Welsh en Montevideo

Por Escaramuza / Lunes 15 de octubre de 2018
Foto: Mauro Martella

Irvine Welsh volvió a Uruguay para la quinta edición del Filba y ayer nos hizo bailar siendo el DJ de la fiesta. Con más de quince libros publicados, el escocés creador de la mítica Trainspotting estará presente hoy en un panel sobre las fiestas y excesos en la literatura.

Su visita es un placer para cualquier lector, y en Escaramuza celebramos su productiva trayectoria, con más de veinte años tecleando historias que, con un humor que roba carcajadas, que pueden resultar un poco incómodas, son un calco de la cultura mainstream, popular y miserable del capitalismo, temas que el autor ha abarcado como tópicos literarios a lo largo de los años.  

Irvine Welsh nació en 1958, en Leith, la zona portuaria de Edimburgo, capital de Escocia. Con una infancia relativamente feliz, hijo de padres trabajadores, presentes en su vida, y siempre rodeado de muchos amigos, fue un chico al que le gustaba callejear por los barrios bajos de Escocia, alentando a su equipo de fútbol, al cual idolatra desde siempre: el Hibernian —los famosos Hibs, que tanto aparecen en sus historias—. A mediados de los sesenta, la familia se trasladó al barrio obrero de Muirhouse, famoso en los años ochenta por el alto consumo de heroína y el elevado porcentaje de personas con HIV, producto del consumo de esta droga con agujas compartidas.

Con una adolescencia que bien podría haber sido la de John Lydon en el Londres de finales de los sesenta, Welsh se la pasaba pandilleando y metiéndose en problemas con drogas y peleas sin mucho sentido por diferencias deportivas con otros hooligans. A los dieciséis años abandonó el liceo y se dedicó a realizar trabajos menores sin rumbo alguno, hasta que conoció la heroína y, por un tiempo, su mundo fue picarse para vivir enganchado. Welsh ha declarado en varias oportunidades que logró darse cuenta del mal viaje que estaba viviendo y pudo rehabilitarse con éxito, ya que su consumo era más bien hedonista y no por algún evento traumático; de hecho, asegura que en casos como el de él se puede salir del «caballo»: la abstinencia física es insoportablemente dolorosa, pero en tres semanas se calma; el problema es cuando hay que volver a encarar la realidad. El autor de la archiconocida Trainspotting (1993) pudo hacerlo y a los veinte años decidió emigrar a Londres, rumbo a la escena punk, que, gestándose en la ciudad que albergó a bandas como los Sex Pistols o The Clash, iba haciéndose camino hacia el resto de Europa. Allí probó suerte cantando y tocando la guitarra en bandas como Pubic Lice, que no tuvieron mayor trascendencia más que para que Welsh se diera cuenta de que la música era maravillosa para escucharla…, pero que él no podía vivir de ella, al menos tocando instrumentos.

Luego de algún que otro inconveniente con la policía, y varios tropezones para rumbear la vida, Welsh volvió a Edimburgo a finales de los ochenta, y retomó los estudios hasta obtener un MBA en Arte y Literatura en la universidad Heriot-Watt. Mientras cursaba el máster, Welsh escribió Trainspotting, la novela de culto que sigue vigente aún veinte años después de su primera publicación, acaparando la atención generación tras generación; una suerte de bandera de la juventud de clase obrera de los noventa que, disfrazada de una historia de jóvenes adictos a la heroína y a escapar de los problemas, da un paneo sociopolítico de la cultura escocesa, exponiendo ciertos estereotipos de los que podemos identificar su versión en cualquier otra cultura, y en cualquier otro momento.

La publicación de Trainspotting fue un hito en su vida y en la de todos los jóvenes que la han leído y sentido como propia; el mismísimo Welsh ha declarado en alguna entrevista que la novela ya no le pertenece, es de todos los que la hemos leído, y cobra vida con cada nueva lectura. A su regreso a Edimburgo, con aires de rehabilitación y encaminamiento, Welsh se dedicó a trabajar en el área de vivienda del municipio de la ciudad. Luego de la publicación de la famosa novela, que Danny Boyle llevó al cine con el mismo nombre, Welsh pasó a dedicarse a ser escritor a tiempo completo y, al día de hoy, con sesenta años recién cumplidos el setiembre pasado, sigue produciendo sin descanso.

El fanático de los Hibs, y boxeador aficionado, pone su mejor sonrisa al hablar de la novela que empieza con la letra t, pero lo cierto es que le gusta conversar de otras cosas; veinte años hablando de lo mismo debe ser harto cansador y, además, en esos veinte años han surgido un montón de otras historias tan geniales como la que ha sido tildada de «La naranja mecánica de los noventa». Hace menos de un mes llegó a Uruguay Un polvo en condiciones (Anagrama, 2018, publicada originariamente en 2015, bajo el título de A Decent Ride), su última novela traducida al español que narra las peripecias de Juice Terry, un tachero de la peor calaña, un perverso adicto al sexo que tuvo su cameo en Porno (2002), trabajando junto a Sick Boy en la industria del porno casero. Sin embargo, el escocés, instalado en Miami desde hace un año y medio, ya publicó en inglés The Blade Artist (2016, El artista del cuchillo), en donde el violento Francis Franco Begbie es el protagonista de lo que parece ser una segunda oportunidad en su vida y una vuelta al pasado; y este año lanzó el tan esperado Dead Men's Trousers (Pantalones de hombres muertos), donde volvemos a visitar de cerca la vida de Renton, Sick Boy, Spud y Begbie, con la única certeza de que uno de ellos no saldrá con vida esta vez, y la lectura nos invita a descubrir cuál de los cuatro amigos de Leith verá la luz al final del túnel.

Superinmerso en la cultura norteamericana —vive en Estados Unidos desde hace más de diez años—, y luego de ofrecer un retrato con radiografía de cuerpo entero de la vida de dos habitantes tipo de la ciudad de Miami, en su libro La vida sexual de las gemelas siamesas (Anagrama, 2016), actualmente está trabajando en una novela que tiene como punto de partida el sangriento  tiroteo que tuvo lugar en Las Vegas hace un año, en el famoso festival de música country Route 91 Harvest, con un saldo de cincuenta y nueve muertos y ochocientos cincuenta y un heridos. La historia gira entorno a personajes ficticios sobrevivientes de la masacre, y explora de algún modo el uso de armas en América del Norte.

Cuando uno lee a Irvine Welsh viaja a cualquier escenario que el autor se haya propuesto recrear, porque sus obras son tal cual una recreación ficcionada de la realidad, y, como buen observador —u oyente—, una de las características más particulares de su estilo es reproducir fonéticamente los lunfardos de cada escenario geográfico que elige narrar. Se podría decir que Welsh es un flâneur de la contemporaneidad, como ciudadano del mundo, el escocés se pierde entre las calles de cualquier ciudad, absorbiendo, casi por ósmosis, la cultura más intrínseca de cada región. Por ejemplo, cuando comenzó a escribir Trainspotting, lo hizo en inglés estándar hasta que entendió que, en un texto escrito, el lenguaje tiene un papel fundamental, y, para su universo literario, el estándar era más que inadecuado: la historia perdía vitalidad y credibilidad. De este modo, reescribió lo que había comenzado, adaptándolo al slang escocés, y desde el principio esa ha sido su marca registrada.

Si bien Welsh no pudo dedicarse a la música, y encontró en la escritura su vía de expresión artística, así como su forma de ganarse —muy bien— la vida, es un gran melómano y toda su narrativa siempre se acompaña de grandes playlists, de esas que permiten teletransportarnos a un momento particular, solo con darles un poco de volumen. Además de la icónica banda sonora de Trainspotting, con Lou Reed, David Bowie e Iggy Pop sonando a cada momento, Welsh es un gran fanático del acid house, un estilo de música que él vio nacer y que, luego de acompañarlo con un poco de éxtasis (MDMA), abrazó como uno de los sonidos de cabecera para toda la vida; de hecho, junto con la música disco, es lo que elige mezclar cuando tiene que hacer bailar a la gente mientras juega el papel de un DJ alemán llamado Klaus Blatter, siendo esta la forma que encontró de mechar la música en su vida profesional.

Su primer libro de cuentos, Acid House (1994), que lleva por título homónimo el nombre de este estilo de música que nació en los clubes de Chicago a mediados de los ochenta, y que cruzó rápidamente el Atlántico para vibrar en parlantes de Gran Bretaña y el resto de Europa, transcurre en el mismo universo espacial de su primera novela, marcando las líneas de su estilo personal, en el que veremos cómo, a lo largo de toda su obra, los personajes que fueron protagonistas en un cuento —dialogando en un mar de intertextualidad— pueden ser personajes secundarios en otra novela, como en el caso del taxista Juice Terry de Un polvo en condiciones que, habiendo asomado la nariz en Porno, se convirtió en la estrella de esta historia.

Luego de su visita en 2016, Irvine Welsh vuelve a pasear por la rambla y la Ciudad Vieja, y esta tarde, en el Museo Nacional de Artes Visuales, tendremos la oportunidad de escucharlo en un panel sobre los excesos y las fiestas en la literatura —temas que se vuelven ejes centrales de su narrativa—, en el que dialogará junto a Enzo Maqueira, de Argentina, y Nico Barcia y Gabriel Calderón, de Uruguay, moderados por Agustín Acevedo Kanopa, para trazar un mapa de la «rotura» como tópico central en sus obras y en la literatura en general.

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