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biografías

Colette: la literata revoltosa del Moulin Rouge

Por Natalia Mardero / Lunes 18 de junio de 2018

Natalia Mardero cuenta sobre la vertiginosa vida de Colette, la chica mala del París del primer Moulin Rouge; la bailarina, la libertina, la que no paraba de escribir y vivir la vida con la pasión de una niña eterna.

 «La grandeza de Madame Colette estriba en que su ineptitud para distinguir el bien del mal la coloca en un estado de inocencia.»

Jean Cocteau

En setiembre de 2018 su nombre tendrá un nuevo impulso gracias al estreno de la película Colette, dirigida por Wash Westmoreland y protagonizada por Keira Knightley. Es que la vida de la escritora francesa tiene todos los condimentos para ser llevada al cine: provocaciones, escándalos sexuales, infidelidades, vicios y un sinfín de entresijos que en pleno siglo XXI sonrojarían a más de uno.

Pensemos en el París de la Belle Époque. Ahí, como en ningún otro lugar, convivía el puritanismo más acérrimo con las vanguardias artísticas y las libertades de la carne más insolentes. ¿Dónde más podría haber surgido la moderna y pecadora Colette? No solo la Colette-personaje, la que bailaba y mostraba sus pechos en el Moulin Rouge y coqueteaba con hombres y mujeres por igual, sino la Colette escritora, la que —si dejamos de lado su vida disipada— trajo aire fresco a las letras francesas, ese aire ligero, franco y poético que venía del corazón de la naturaleza que tanto la inspiró de niña en su querido pueblo de la Borgoña.

Sidonie-Gabrielle Colette nació en Saint-Sauveur-en-Puisaye en 1873. Fue la cuarta hija de Sidonie Landoy (conocida como Sido, mujer culta y liberal que fue fundamental en la formación de la niña) y del capitán argelino Jules-Joseph Colette. Dejó constancia de que su infancia fue tremendamente libre y feliz. Desde pequeña amó todo lo que tuviera que ver con la naturaleza y los animales. Entre las historias de amantes y amados, burdeles y opio, surgen descripciones atentas y exuberantes de los escenarios naturales que la conmovieron. Y están los animales, especialmente los gatos —no hay que olvidarse de los gatos— esos pares tan inteligentes y elegantes que nunca fueron tan bien retratados como con Colette.

A los diecinueve años, desesperada por conocer el mundo y salir del pueblo, se casó con Henry Gauthier-Villars, más conocido como Willy, periodista y novelista varios años mayor que ella, un bon vivant vividor, tramposo y adúltero que se encargó, afortunadamente, de estimular la escritura de la joven esposa. Así es como en 1900 surge la colección de Claudine, una serie de novelas que evocan con picardía e insolencia la infancia, adolescencia y primera adultez de la propia Colette. El éxito fue inmediato. Al comienzo los libros fueron firmados por Willy; pero cansada de las infidelidades de él, Colette pidió el divorcio y tomó control de su obra y de su vida.

En 1912 se casó con Henry de Jouvenel, redactor-jefe del diario Le Matin con quien tuvo a su única hija: Bel-Gazou. En este período la escritora ejerció como periodista y crítica de teatro. Todo parecía en calma en la vida de Colette, hasta que a los cuarenta años dio rienda suelta a un romance con su hijastro, Bertrand de Jouvenel, un jovencito de diecisiete. La relación dejó, además del escándalo y un divorcio tumultuoso, una de sus obras más reconocidas: Chéri, que relata la historia de desamor de una mujer madura y un frágil adolescente.

En 1924 conoció a Maurice Goudeket, un comerciante adinerado que se convirtió en su tercer y último marido. La madurez y la vida tranquila la llevaron a recorrer la etapa literaria más interesante y no por eso menos evocadora de su propia historia. En 1932 publicó su libro más extraño, Lo puro y lo impuro, mezcla de reportaje y libro de memorias con escenas sensuales e íntimas de personas muy diversas que alguna vez había conocido. Para Colette este era sin dudas su mejor trabajo, el más profundo, el que iba a perdurar.

Ni la edad ni la artritis de cadera que la inmovilizó durante años lograron aplacar su entusiasmo. A los setenta y dos años publicó Gigi, su novela más célebre, llevada al teatro primero y luego al cine de la mano de Vincente Minnelli. En esta historia vuelve a la vida finisecular para abordar la realidad de las mujeres criadas en el propio seno familiar para comercializar su cuerpo con hombres aristocráticos.

Hacia el final de sus días nadie ponía en duda ni su talento ni el cariño que Francia le profesaba. Recibió la Medalla de la ciudad de París y fue nombrada —algo inédito para una mujer- Gran Oficial de la Legión de Honor. Al morir, la Iglesia se negó a dedicarle una ceremonia, pero el Estado la despidió a toda pompa con un funeral oficial. Nada mal para la libertina que además de admirada había sido tachada de amoral por dejar al descubierto las hipocresías e intimidades de su sociedad.

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