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Un fragmento de «Quedate conmigo», de Inés Acevedo

Por Inés Acevedo / Viernes 01 de diciembre de 2017
Fragmento de la última novela de Inés Acevedo, «Quedate conmigo», publicado recientemente por Editorial Marciana.

Inés Acevedo nació en Tandil, Buenos Aires, en 1983. Estudió Literatura Latinoamericana en la Universidad de Buenos Aires. Tiene varios cuentos publicados en antologías de jóvenes narradores argentinos. Su primera novela, Una idea genial, fue finalista del premio Indio Rico 2008 y publicada en 2010 por Mansalva.

Actualmente, lleva adelante su propio sello editorial, La Colección, una editorial de ebooks de literatura contemporánea argentina. Quedate conmigo es su última novela, publicada por Editorial Marciana.


PRIMERA PARTE / NAVIDAD

 

 

Era la tarde de Nochebuena. No había viento. Sin viento, el molino no giraba, no había agua, era imposible bañarse. El mundo no podía ser más perfecto. Yo estaba tirada tomando sol. A lo lejos, mis hermanos jugaban en el tanque. Escuchaba dos álamos al lado mío. Cuando venía una brisa, las hojas se frotaban entre sí, el molino oxidado crujía, intentaba ponerse en acción… y desistía, sin fuerza. Al rato, las hojas se movían de nuevo, yo me quedaba alerta, esperando a ver si el molino rechinaba. Estaba tan aburrida que ya no me daba cuenta del aburrimiento, pero no tenía ganas de ir a buscar mi libro. Me pincharía, me embarraría, tal vez mi mamá me pidiera ayuda para preparar la leche.
            Un moscardón se acercó, me di vuelta por si me picaba. De repente, una bola de fuego cruzó el cielo y cayó como un látigo en el medio del campo de trigo. Percibí que mis hermanos, desde el tanque, también lo habían visto. Sentí ansiedad por dejar claro que yo lo había visto primero. Me levanté de mal humor. Apenas había dado un paso cuando mis hermanos ya estaban corriendo al lado mío a toda velocidad. Me quedé quieta, mirándolos, ellos siempre llegaban primeros a todo. Así que fui a casa a cambiarme. Caminé despacio.
            Qué importa, pensé de mal humor. Total, ya lo voy a ver al meteorito.

¿Qué es el odio? Seguro que es algo muy feo, pero si no hubiera sido por el odio, nada de esto habría pasado. En esa época yo sentía odio. Y si me preguntan por qué, lo sabía: odiaba ser niña, odiaba ser mujer. Odiaba ser gorda y odiaba usar anteojos. Éramos cuatro hermanos y nadie era gordo y nadie usaba anteojos. Ni siquiera mi hermana con síndrome de Down usaba anteojos. En cambio, yo… bueno. Pero no me podía quejar, porque Cintia, a quien llamábamos Chiri Wiris, tenía síndrome de Down, entonces nadie podía quejarse de nada.
            La gente de Napa empezó a llegar para ver el meteorito. Mi mamá recién volvió de la ciudad a las cinco de la tarde.
            —Gracias a Dios no se prendió fuego el campo —dijo.
            Mi mal humor había crecido minuto a minuto. Detestaba que las cosas se salieran de la rutina. Ese día era Nochebuena y yo planeaba ayudar a mi mamá a preparar la comida, pero ahora mis hermanos se habían enloquecido con este meteorito y ni qué hablar de mi papá, todos metidos en ese lío y a nadie le importaba otra cosa. Mi mamá seguía sin aparecer, y cuando finalmente llegó, dijo: gracias a Dios no se prendió fuego el campo.
            Observé a mi mamá muy cansada. Ordenaba unas bolsas con provisiones: garrapiñadas, sidra, un pollo. Habría un largo proceso hasta que empezara a cocinar. Se cambiaría la ropa, iría a la huerta a regar. En general, yo la ayudaba en la huerta para ganarme un lugar en la cocina y que me dejara hacer cosas, pero esta vez la bronca pudo conmigo, y me fui a mi cuarto a leer. Lo estaba pasando muy bien, leyendo sola en mi cuarto, cuando entraron Loli y Tomy, me sacaron el libro y se fueron corriendo. Y claro que sabía adonde iban: al dichoso meteorito.
            Sentía un rechazo muy grande por el meteorito. Todos querían verlo, pero como yo me sentía diferente a todos, no tenía interés en ir. Además, ya sabía cómo era un meteorito: como en las novelas de Ray Bradbury. ¿Hay meteoritos en esas novelas? No me acuerdo, pero yo me los podía imaginar. Una bola de piedra gris clavada en el piso echando humo. Qué divertido.
            Troté patéticamente atrás de mis hermanos para recuperar mi libro, crucé el alambrado y de lejos ya vi la bola de piedra metida en un pozo. Había mucha gente mirando el pozo. En el borde estaban mis hermanos haciendo cabriolas con mi libro. Me gritaban ¡acá está tu libro, en el pozo del terror! Y Tomy amenazaba con tirarlo al pozo.
            Yo quería el libro, porque era mi única salvación para superar ese día obtuso, pero no podría obtenerlo por la fuerza. Váyanse a cagar, pensé, y me alejé de ellos caminando en línea recta por el campo de trigo.
            Iba en dirección oeste, porque cuando empieza a anochecer y estás en un campo y querés caminar, el único lugar hacia donde tiene sentido caminar es adonde se pone el sol. Mirando el sol, me alejaba de las voces de mis hermanos. Quería desaparecer de su vista y que ellos desaparecieran de la mía. Había una loma en la mitad del campo: una vez que la pasara, ya no los vería, y si me agachaba era imposible que ellos me encontraran. El trigo me ocultaría.
            Me acosté mirando el cielo. En mi mente bullían ideas desordenadas, pero más o menos, los ejes de esa galaxia mental eran: yo era el Sol, y a mi alrededor giraban dos planetas llamados «¡Malditos hermanos!» y «A mi mamá no le importo», y junto a ellos había un pequeño satélite que iba a toda velocidad y que yo había bautizado «Esto es muy injusto».
            Entonces algo se arrastró entre los surcos… Pensé que eran los chicos, y a propósito no me levanté. Era la respiración agitada de un perro. Me incorporé rápido, justo en el momento en que el perro aparecía. Me quedé ahí sentada, mirando… a esa perra que venía, obviamente, de otro planeta.

Guardo esa imagen como un relicario. Se abrió una cortinita de espigas y apareció una carita radiante de afecto: pestañas espesas, flequillo platinado, orejas de pony. Nomás verla me di cuenta de que era hembra.
            Primero hizo un ruido de chancho y se escondió. Yo retrocedí para darle distancia y que se presentara. Esperé una eternidad. Al fin hablé con firmeza:
            —Soy buena —dije.
            Decir que era buena me pareció una mentira. ¿No estaba llena de odio, yo? Después, lo analicé mejor, y reconocí mi verdad espiritual, más allá del enojo del día.
            —Soy buena —repetí.
            Asomó la nariz y me escaneó de la cabeza a los pies. Me saqué los anteojos. Esto pareció decidirla. Se echó a mis pies, como una cerda torpe y resbaladiza. Su pelo brillaba intensamente con la última luz del sol. En la pata izquierda tenía enganchado un cordón que desaparecía entre las plantas. Al incorporarme un poco vi, del otro lado del cordón, una tela cuadrada, celeste, flotando sobre el trigo. Algo como un paracaídas.

Entramos a mi cuarto por la ventana y la instalé en mi ropero. No tuve tiempo de hacer nada más. Unos pasos se acercaron a mi cuarto y me lancé en clavado en la cama, manoteé un libro que estaba en la mesa de luz y me lo puse adelante de la cara. Era un libro de Nancy Drew, la joven detective. Yo quería ser como ella, adulta, rubia, delgada, vivir la vida en botas de cuero descubriendo misterios bajo el sol de Texas.
            Era Tomy, diciendo que los de la tele habían venido y yo debía dar una entrevista para contar lo del meteorito. Muy en mi interior, una fuerza me decía que no correspondía que nos presentáramos en la tele siendo niños. Pero para mis hermanos era divertido. Tuve que aceptar, para desocupar el cuarto antes de que Tomy descubriera a la perra.
            Apenas salí, los reflectores se prendieron. Encandilados como liebres, pensé: nos escrachan en nuestra propia casa.
            En esa imagen de televisión debe verse la pared del corredor de mi casa, una pared irregular, de adobe, pintada de blanco. Y también nuestras caras en primer plano.
            —Estamos en uno de los humildes hogares cercanos al pueblo de Napa, más precisamente en la casa donde, a pocos metros, estalló el meteorito. Estamos ahora entonces, como decíamos, a pocos kilómetros del cruce de las rutas 229 y 227, y tenemos aquí el testimonio de los protagonistas. Ellos son los testigos, tres chicos que estaban jugando una tarde normal de verano, la tarde de Nochebuena, cuando de repente ocurre esto…
            El periodista se dirigió a mi hermana.
            —¿Tu nombre?
            —Loli.
            —¿Cuántos años tenés, Loli?
            —Diez.
            —¿Pensaste que se trataba de un OVNI, Loli?
            Mi hermana ignoró la pregunta y se preparó para largar el discurso que había ensayado:
            —Sentimos un ruido. Pensamos que era un avión fumigador que se había accidentado. Y cuando llegamos, vimos que no era un avión: era una pelota de piedra… Ahí nos dimos cuenta de que era un meteorito —al decir esto, Loli dio por terminado su discurso. Luego me miró y agregó:
            —¡Pero ella sí lo vio venir desde el cielo!
            Sentí que estaba a punto de desmayarme.
            —¿Cómo te llamás?
            —Tatiana Ruppel.
            —¿Cuántos años tenés?
            —Diez.
            —¿Qué fue lo que viste?
            —Era como una bola de fuego. Y después explotó.
            —¿Y después?
            —No sé, porque no vi nada más…
            —Muchas gracias, chicos.
            El hombre dio por terminado nuestro testimonio y se dirigió a la cámara.
            —Hasta aquí, el testimonio de estos chicos que fueron los primeros en avistar el supuesto meteorito, un meteorito que, afortunadamente, no ha producido daños, porque cayó a pocos metros de la casa en que nos encontramos, y a pocos metros de la ruta también, una ruta que es transitada por los habitantes de este pequeño pueblo, Napa, que en este momento se encuentra conmocionado, en vísperas de Navidad. Como decíamos, una brigada de investigación se encuentra explorando el lugar, y la noticia de último momento es que se han encontrado restos de un material de una tela no identificada, de color blanco, que parece responder a las características de algún tipo de mecanismo de aterrizaje forzoso. Lo cierto, y lo que ha trascendido a lo largo de las últimas horas, es que las opiniones de expertos coinciden en afirmar que por su forma ovoide y alisada, y para nada redondeada o porosa, podría tratarse de un objeto volador no identificado. Si bien los estudios aún no se han pronunciado sobre estas primeras versiones, el hallazgo de este supuesto paracaídas mantiene a este pequeño pueblo en vilo y esperamos pasar una agitada Navidad en este lugar. Vamos a estudios.

En la cocina, mi mamá afiló la cuchilla en el borde de la mesada por un largo rato y suspiró.
            —Te paso la mayonesa —dije.
            Fui a la heladera, saqué la mayonesa y miré un paisaje desolado: nada, excepto leche, una jarra con jugo y… una patita de pollo abandonada. Me la metí en el bolsillo. Mi mamá me sugirió que fuera con mis hermanos a ver el meteorito. Salí de la cocina llevándome la pata de pollo en un plato, pero en vez de ir afuera, me metí en mi cuarto. Ya estaba oscuro. Abrí la puerta del ropero. Susi bajó dando un salto elegante.
            Puse el plato con la pata de pollo en el piso. Susi miró la pata de pollo. Estaba de pie frente a una extraterrestre con una miserable patita de pollo entre las dos. Susi la olió, luego se dio media vuelta y miró la puerta. Después miró la ventana y por último el techo. Su mirada se cruzó con el espejo del ropero y se acercó para mirarse. Cuando prendí la luz caí en la cuenta de que la perra estaba muy sucia. Tenía en la piel un barro verde y seco que por momentos se despegaba formando láminas.
            —¡Estás muy sucia. ¡Es un asco! —observé—. Sucia. Sucia. Llena de moco verde que no se sabe qué es. Te voy a tener que limpiar.
            —Susi parecía estar de acuerdo.
            —Voy a llamarte «Susi», porque estás sucia.
            Vos también estás bastante sucia, fue el pensamiento que tuve para mí misma. Pero no sonaba como mi propia voz, así que lo consideré un pensamiento de ella. Esa fue la primera conversación que tuvimos.
            Traje una toalla remojada y se la pasé por el pelo. Noté que estaba muy caliente. Todo esto fue muy rápido. Quería preguntarle cosas, pero no me atreví, me estresaba que alguien entrara a mi cuarto y nos descubriera. No me podía quedar un minuto más porque tenía que ir a ayudar con la cena. Susi se acercó a la ventana y empezó a respirar haciendo OINKS. Interpreté que me pedía que abriera la ventana. Lo hice. Después, Susi dio la vuelta y se escondió en el ropero. Evidentemente, intenta comunicarse con alguien, pensé.
            Mi idea era muy simple: estaba claro que ese meteorito era en realidad una nave espacial que había tenido un accidente y que Susi había sido lanzada en paracaídas para salvarse. Sin duda, otros miembros de la tripulación estarían buscándola ahora, y vendrían a rescatarla. Yo consideraba entonces la alternativa de sumarme a la tripulación, de acompañarlos, de escaparme de casa e irme con Susi a otro planeta.


Quedate conmigo
Acevedo, Inés
Editorial Marciana (2017)
Páginas: 242
UYU 490

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