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la antimaratón

Libros para detenerse

Por Federico Ivanier / Domingo 03 de junio de 2018

Cuenta la leyenda que Filípides, un soldado griego, fue corriendo desde Maratón a Atenas para contar la novedad de que se había ganado una batalla contra los persas. Tras contarla, cayó muerto, y con el tiempo surgió la palabra maratón para referirse a las carreras que recorren excesivas distancias. Con las series pasa lo mismo, y a veces nos vemos envueltos en días perdidos por pasar prendidos de la compu. Federico Ivanier desaconseja su uso en la lectura, e invita a disfrutar de esta actividad en un afán de conocimiento y deleite lector.

Llegó el Día Nacional del Libro y con él florecieron las maratones de lectura. Por supuesto, desde ya que son bienintencionadas y las respeto, pero me cuesta embarcarme en ellas.

Según se cuenta, unos quinientos años antes de Cristo, Filípides, un soldado griego, fue corriendo desde Maratón a Atenas para contar la novedad de que se había ganado una batalla contra los persas. Tras contarla, cayó muerto. La distancia recorrida era algo más de cuarenta y dos kilómetros y de ahí surgió, bastante tiempo después, esta (imagino) agotadora prueba deportiva.

Más allá de que hoy se corran hasta ultra maratones de cien kilómetros o más, no es injusto pensar que los cuarenta y dos kilómetros son el límite natural de nuestra resistencia, que se trata de una carrera que nos pone al borde de la muerte. No creo, sinceramente, que Filípides haya disfrutado de su corrida, no creo que haya gozado del paisaje o del tiempo, no creo que haya apreciado nada. Más bien, al contrario: corrió desesperadamente, sufriendo por no llegar, con dolores en el cuerpo y falta de aire.

¿Qué tiene esto que ver con los libros? ¿Por qué queremos conectar a la lectura, hecha por placer, con recorrer una distancia absurda que nos lleva al borde del agotamiento? ¿Para qué? ¿Para demostrar que somos capaces de llegar hasta ahí? ¿Y qué si somos capaces? ¿Qué más da? La clave de leer es hacerlo por placer, interrumpiendo el proceso cuando se nos antoje, volviendo para atrás, saltándonos lo que nos aburre, cambiando de libro, parando para escuchar música, comer o lo que sea.

Una maratón termina rompiendo con la propia idea de la lectura, que necesariamente tiene que ser interrumpida. Una gran cantidad de texto leído de un saque no significa nada si no fue pensado, disfrutado, digerido con cuidado. De hecho, lo primero que nos pasa cuando tenemos un libro que nos gusta es que nos debatimos entre llegar al final cuanto antes y frenar el ritmo, para que no se nos termine. En el fondo, no queremos que termine. Una maratón seguro que ansiamos que sí, que se acabe de una buena vez. Aunque ni siquiera lo admitamos.

El efecto Netflix de las maratones no debería aplicarse a los libros. Son dos cosas distintas. Y si bien respeto las series «dignas de maratón», las que me resultan más memorables son las que no me permiten ir rápido, porque son una sustancia sólida y real, no algo que puedo tragar sin darme ni cuenta. Y porque, seguro, alimentan más.

Por esto, van un par de recomendaciones antimaratón, sea porque requieren una lectura lenta o porque, por más que se quiera hacer una maratón con ellas, se acaban demasiado pronto. Son o permiten carreritas de tres o cuatro kilómetros, nomás. O menos. Y por eso son geniales.

Watchmen, de Allan Moore

Si no conocen a este autor de cómics, dejen de perder el tiempo y búsquenlo. Es una especie de Shakespeare de los cómics. Leerlo no tiene nada que ver con, qué sé yo, las pelis de Marvel de hoy. Son otra experiencia, mucho más entreverada, mucho más desafiante y compleja, al punto de que te cuesta discernir bien los límites de lo que estás leyendo. Como todo autor posta genial, es difícil avanzar rápido. No te deja. Watchmen es una de sus más célebres creaciones, es una historia alternativa de superhéroes, en el contexto de los años cuarenta y sesenta, con un trasfondo de temas como la guerra de Vietnam y hasta el Plan Cóndor, ocurrido en nuestras tierras. La historia es no lineal, compleja de leer, pero al final fascinante y con ese sabor que te dejan las obras maestras: eso de que viviste una experiencia que fue mucho más interesante que distraerte durante mucho rato. Capturar la atención (como busca el «efecto Netflix» que decía antes) es una parte importante pero lejos de ser la única en una obra literaria.

Por las dudas, hay una peli y también se prepara una serie de HBO. Pero lean el cómic.

Seda, de Alessandro Baricco

En muchos sentidos, es fácil argumentar que esta es una novela de adultos, pero yo creo que se adapta perfectamente para lectores juveniles, sobre todo porque, en definitiva, es una historia sumamente sensual. Hay novelas en las que no conviene aclarar demasiado su trama, que acá se desarrolla en el siglo XIX, en torno a un gran amor y el viaje de un comerciante hacia Japón, en busca de seda. Se lee en poco tiempo pero seguro la satisfacción final de la lectura no deja con una sensación a poco, sino a mucho. Porque, al final, de eso se trata la cuestión. No la cantidad que leíste, sino la sensación de mucho o poco que tenés al final.

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