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LITERATURA INFANTIL PARA ADULTOS

¿Quieren los príncipes salir a galopar en busca de princesas?

Por Virginia Mórtola / Jueves 25 de julio de 2019

Si bien en los últimos años han crecido los análisis y publicaciones en torno a los modelos femeninos brindados por la literatura infantil, pocas veces nos interrogamos por la construcción de los personajes masculinos. Virginia Mórtola estudia las caracterizaciones de estos últimos en los cuentos clásicos, en una nota con segunda entrega.

Antiprincesas y censura

En las últimas décadas han surgido versiones, reversiones y multiversiones sobre los cuentos clásicos. Una vertiente de este auge se presenta como verdaderos manifiestos antiprincesas, muchos de ellos basados en las versiones que Disney llevó al cine. Algunos con títulos ingeniosos y juguetones, con princesas intrépidas, indisciplinadas y subversivas, alejadas de los ideales de belleza y obediencia; los dragones son amables y los príncipes se vuelven caricaturas de la tontera.

¿Qué busca transformar la reescritura de estos cuentos? ¿Cuántas cirugías ideológicas aguantarán las princesas antes de transformarse en nuevos monstruos?

Al mismo tiempo, invaden el mercado editorial ofertas con libros dedicados a «empoderar» a las mujeres desde niñas. Desbordan los estantes de las librerías historias que rescatan las vidas de mujeres heroicas y pululan catálogos con heroínas geniales que invitan a la rebeldía. La mayoría con intención explícitamente ideológica, se alejan tanto de la literatura como del arte y se posicionan como panfletos con modelos a seguir que, en su insistencia y simpleza, producen estereotipos. Esta literatura infantil y juvenil, producida con fines educativos, es una literatura que ha tomado partido «a favor de las niñas» (Colomer, 1994:9). Las invita a ser «supermujeres», heroínas de la vida, valientes y subversivas. Verdaderos contramodelos.   

Hace apenas unos meses, aunque parezca increíble, fue noticia que una biblioteca escolar de Cataluña retiró 200 títulos de sus estantes por considerarlos «sexistas» y «tóxicos». Entre ellos figuraban Caperucita roja y La Bella y la Bestia.

¿Qué idea de niños y niñas sostienen quienes toman ese tipo de decisiones? ¿Cuál es su concepción sobre la literatura? ¿Hay que censurar las formas de pensamiento de otras épocas o podemos pensarlas? ¿Debemos eliminar sus creaciones artísticas, borrar el pasado, y creer que la humanidad nació en este estado de pensamiento? ¿Cuáles serán las censuras dentro de doscientos años? ¿Se criticará a los clásicos porque no ofrecen modelos LGBT? ¿Qué pasa con el contexto histórico de las obras? ¿Transformar desmesuradamente a sus personajes y sus historias no será un modo de la censura?

La primera versión publicada de Caperucita Roja, La Cenicienta y La bella durmiente del bosque es de 1667. Los cuentos fueron recogidos de la tradición oral por Charles Perrault y aparecieron, entre otros cinco, en Cuentos de mamá gansa. Luego, en dos volúmenes, 1812 y 1815 respectivamente, Jacob y Wilhelm Grimm publican en Alemania Cuentos de la infancia y del hogar, donde figuran estos cuentos y se suman muchos otros, entre ellos Blancanieves y Rapunzel. La sirenita, de Han Christian Andersen, el octavo cuento del libro Cuentos de hadas contados para niños, fue publicado en 1837. Y la versión que se hará popular de La Bella y la Bestia será la de Jeanne-Marie Leprice Beaumont, de 1756.

 

Cada época cuestiona lo que le hace más ruido

«Los cuentos son de hecho documentos históricos. Han evolucionado durante muchos siglos y han adoptado diferentes formas en diferentes tradiciones culturales. En vez de expresar el funcionamiento inmutable del ser interior del hombre, sugieren que las mentalités han cambiado», escribe Robert Darnton (1987: 19). Estos cuentos permiten comprender aquel mundo, son testimonios historiográficos. «Nos muestran el sentido de la vida, la forma en que concebían el mundo y se manejaban en él inmensas masas de analfabetos que han desaparecido sin dejar mayor huella, justamente porque no podían escribir. Estas masas son el sustrato a partir del cual hemos construido nuestro presente, por mucho que nos hayamos distanciado de ellas. Por eso conocer la forma en que vivían y concebían la vida nos permite comprender el largo proceso civilizatorio en el que aún estamos inmersos». (Daniel Goldin, 1999)

Sobre ellos ha recaído todo tipo de censura. En su inicios, por ser considerados crueles y violentos. Resultaba intolerante que a la malvada madrastra de Blancanieves se la obligara a bailar con zapatillas de hierro ardiente hasta caer muerta, también las espinas que se clavan en los ojos del príncipe de Rapunzel al caer de la torre y lo dejan ciego, y los pies sangrantes de las hermanastras de Cenicienta luego de que su madre las obligara a cortarse para que les entrara el zapatito de cristal. Los estudios antropológicos y psicoanalíticos, en especial a partir de Bruno Bettelheim, revalorizan estos universos fantásticos por su valor simbólico, por la posibilidad que ofrecen de identificarse con sus personajes, acompañarlos en sus aventuras -pero a salvo- y arribar a finales felices. Es a partir de los años sesenta, con los estudios de género y las reivindicaciones feministas, que empiezan a ser cuestionados por los modelos femeninos que proponen: las princesas como mujeres bellas, llenas de virtud, dóciles y obedientes; y la contracara malvada en las brujas y las madrastras. Importantísimas referencias del análisis desde el punto de vista ideológico, enfocadas desde esta perspectiva, encontramos en: Graciela Perricón, Adela Turín, Ana María Machado, Garciela Cabal, Teresa Colomer, entre otras. La literatura infantil y juvenil es espejo de las sociedades y, a la vez, en ella se depositan los ideales que los adultos queremos trasmitir a los niños.  

     

Los príncipes no tienen nombre

Todas estas princesas -Caperucita no es princesa y por eso Disney no le dedicó una película- son las protagonistas: es en torno a su historia que gira la trama. Pero los ideales que se ponen en juego -belleza, bondad, virtud, humildad, amor a primera vista- como valor incuestionable que conduce al casamiento; funcionan para todos los personajes.

Mirar solo a las princesas es quedarse observando un árbol y perderse en su corteza, dentro de un gran bosque encantado.

¿Solo las princesas están sometidas a estos ideales? ¿Qué pasa con los príncipes? ¿Es la mejor elección de vida encontrar una princesa para casarse? ¿Quieren los príncipes salir a galopar en busca de princesas? ¿Quieren obedecer al mandato del casamiento? ¿Les gusta tener que andar peleando con dragones? ¿Y los pajes? ¿Los cazadores? ¿Los reyes? ¿Los padres siempre dominados por madrastras malvadas? ¿Qué posiciones se ha ofrecido a los hombres? ¿Cuáles son los ideales y mandatos a los que todos, todos, los personajes obedecen?

El ideal de belleza juega para ambos, los príncipes también son lindos. Ellos también quieren casarse y se enamoran a primera vista. Varios parecen un poco tontos, por ser fácilmente engañables. Por ejemplo, el príncipe de la Cenicienta se lleva primero a una de las hermanastras, y luego a la otra, porque les entró el zapatito después de cortarse un dedo la primera y la otra el talón. ¿No se da cuenta de que no son ellas la muchacha con la que bailó durante tres noches de corrido? ¿De qué se enamoró?

Ninguno de los príncipes de estas historias, con títulos que nombran a las princesas, tiene nombre. Esa es una de sus características principales. Todos ellos son presentados como «hijo del rey» o «hijo de un rey». Son, en primer lugar, hijos. Hijos de la realeza sometidos a sus mandatos.

Continuará…

 

Referencias

Andersen, Hans Christian. Cuentos de hadas. España: Libros del zorro rojo, 2015.

Bettelheim, Bruno. Los cuentos de Perrault. España: Editorial Crítica, 1980.

Colomer, Teresa. A favor de las niñas. El sexismo en la literatura infantil y juvenil. En: Revista CLIJ, 1994, número 7.

Darnton, Robert. La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa. México: Fondo de Cultura Económica México, 1987.

Grimm, Jacob y Wilhelm. Cuentos de Grimm. España: Editorial Optima, 1999.

Goldin, Daniel. La invención del niño. Digresión en torno a la historia de la literatura infantil y la historia de la infancia. En: Los creadores y su obra, Seminario Internacional XIX Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil, México, 1999.

Perriconi, Graciela. La construcción del género en la literatura infantil y juvenil. Argentina: Editorial Lugar, 2016.

Rougemont, Denise. Amor y occidente. México: Cien del Mundo, 1993.

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