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Apuntes sobre ideas, arte y sociedad

Nítida confusión I

Por Luis Mardones / Viernes 13 de octubre de 2017

El arte explica y performa las épocas tanto como es explicado y performado por ellas. Luis Mardones se propone, en estos apuntes sobre ideas, arte y sociedad, entender qué está pasando con esta época de «nítida confusión» y hacia dónde se dirige en su inquietante carrera.

Los cambios que entonces se estaban propulsando serían profundos y terminarían transformando la economía, la sociedad y la cultura. Un nuevo mundo estaba naciendo en los primeros ochenta, y Margaret Thatcher y Ronald Reagan personificaban la conducción de ese proceso. La rotundidad de su triunfo fue tal que, interrogada años más tarde la Dama de Hierro sobre el más importante de sus logros a lo largo de su ciclo no vaciló en responder: «¡Tony Blair!». El líder laborista le había sucedido al frente del gobierno tras derrotar al Partido Conservador, pero nada, en lo esencial, había cambiado. El there is not alternative se constituyó como acrónimo, TINA, y fue el gran eslogan thatcheriano: el gobierno de Blair resultó definitivamente confirmatorio. La hegemonía había devenido aplastante y comenzó a ser usual referirse al «pensamiento único» al describir el monocromático paisaje de ideas de las últimas décadas del siglo XX: si no había alternativas, la democracia comenzaba a ser percibida como una «promesa incumplida». El politólogo italiano Carlo Galli ubica en este plano una de las causas de la actual crisis de la democracia representativa.

Las primeros signos de aquella «lenta cancelación del futuro», conceptualizada por el filósofo y activista italiano Franco Belardi, comienzan a ser advertidos por el crítico radical de la cultura Mark Fisher en la escena de la música electrónica británica de los años ochenta. También en el cine de la época. Apenas pistas. Relámpagos. Instantes de iluminación.

Hijos de una epistemología de la razón, es a ella a quien se le reclaman los conceptos, las clasificaciones, las categorías explicativas. Sin embargo, cuando algo está naciendo, falta el lenguaje, y será el arte, en cualquiera de sus manifestaciones, quien podrá arrojar la primera señal, el primer rayo de luz, aquel que logre romper la oscuridad de la noche cerrada. Intuición creativa y creadora: el otro lado de la luna.

El arte explica y performa las épocas tanto como es explicado y performado por ellas, y es desde él que intentaremos, en futuros apuntes, entender qué está pasando con nuestra época y hacia dónde se dirige en su inquietante carrera.

«Lenin quería destruir el Estado, y ese es mi objetivo también. Quiero tirar abajo todo, y destruir toda la “casta” que hay hoy en día». La incendiaria proclamación no ha sido pronunciada por algún líder de la izquierda radical, sino por Steve Bannon, exasesor de Donald Trump, recientemente despedido del gobierno, el más extremo de los extremos derechos que catapultó al poder al actual presidente de los Estados Unidos. En 2012, Bannon se había convertido en director de la página web Breitbart News, conocida por su apoyo a la llamada alt-right (derecha alternativa), portavoz de posiciones con alcances racistas y xenófobas. Bannon lo dijo en 2013 a la web The Daily Beast.

Por cierto, ¡no hay que tomarse todo demasiado en serio! También existen las boutades. Pero tampoco tenerlo por no dicho: hasta las propias humoradas revelan, muchas veces, verdades esenciales. Lo que importa destacar es que para el objetivo radical que Bannon proclama, la referencia a Lenin no solo no le perturba, sino que le calza con comodidad.

En el otro extremo del espectro, sus coetáneos en España, Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero, líderes de Podemos, nueva fuerza de izquierda con aires de radicalidad, han expresado en forma reiterada, tanto en sus obras académicas como en innumerables entrevistas, respeto y fascinación por la obra de Carl Schmitt, jurista y teórico del nazismo en tiempos del ascenso y consolidación del Tercer Reich.

Estos vertiginosos cruces de fronteras, estos estridentes préstamos doctrinarios, estas provocadoras extrapolaciones ideológicas resultan chocantes y podrían llamar la atención de neófitos, pero sorprenderían menos a los estudiosos de la historia: ellos saben que esta no se gesta en la asepsia de los laboratorios, sino en los turbulentos escenarios de la vida, en ese lodo donde todo se mezcla en forma imprevisible y peligrosa. Shakespeare es grande, también en su reflexión sobre el poder, porque supo percibir esa naturaleza.

Ya entre nosotros, José Pedro Barran, refiriéndose al itinerario político de Carlos Real de Azúa, nos había enseñado en forma asaz esclarecedora: «Desde este exclusivo ángulo, el de los valores y la mentalidad, un joven burgués proclive al fascismo no tenía que hacer un recorrido excepcional para llegar a la izquierda revolucionaria. Ambos extremos rechazaban lo mismo con vigor probablemente similar: la democracia liberal, el parlamentarismo, y, sobre todo, la vida fácil y segura en oposición a la entrega a causas que trascendieran al individuo y tornaran virtuoso “vivir peligrosamente”».

Claro que en el caso del singular y notable intelectual uruguayo, Barrán describe un trayecto que discurre entre los años treinta y los sesenta del pasado siglo, y, en consecuencia, media un tiempo largo para andar el camino que le mueve entre las opuestas bandas del espectro: el deslizamiento se produce con lentitud, y hay hitos que lo jalonan; entre ellos, su honda decepción con el falangismo victorioso en España, que lleva a Real de Azúa a la publicación de España de cerca y de lejos, obra que constituye un alegato contra el régimen franquista y una suerte de estudio sobre los totalitarismos, anterior en el tiempo al clásico de Hannah Arendt sobre esta materia. Otro es el caso de Bannon e Iglesias; en ellos se trata de simultaneidad: ser de derechas y reivindicar a Lenin a un tiempo o ser de izquierdas y apelar a Schmidtt en el mismo instante. O, por lo menos, a aspectos de su pensamiento: aquellos que resultan funcionales al objetivo que se procura alcanzar aunque este sea la antítesis misma del que hubiera deseado obtener el autor invocado.

De igual suerte, hoy se puede ser antiestablishment, antiglobalización, altermundista, contestatario, antineoliberal, rebelde, revolucionario ¡de izquierdas o de derechas! si es que estos rótulos conservan algún significado en medio de tamaño aturdimiento.

Los terrenos del arte: he ahí hoy los solos campos, abiertos y enigmáticos, en los que logran alzarse ciertas plataformas que ofician como antenas sensibles: radares perceptivos que captan el pulso y las palpitaciones de algunos balbuceantes agentes del cambio que emiten mensajes, sin siquiera saberlo, mientras sobrevuelan en zonas de riesgo, en medio de tan nítida confusión.

¿Desde dónde sino desde el arte podrían llegar a discernirse, con fino oído, los varios y sutiles sonidos que acontecen entre la sístole y la diástole? Muchos de ellos, aún incipientes, están anticipando las formas de lo que vendrá.

 

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