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Crónicas

Volver a los catorce: Lucia Berlin y el aromo chileno

Por Rosario Lázaro Igoa / Miércoles 29 de mayo de 2019
Molly, Mary, Ted y Lucia Brown rumbo a Sudamérica, septiembre de 1949. Foto: Literary Estate of Lucia Berlin.

Son los años 50 en Chile y a una joven Lucia Berlin se le vuelven pegajosas las flores del aromo. También Laura, protagonista adolescente de alguno de sus relatos, puede sentirlas en la región del Biobío, geografía de pinos y araucarias por la que nos invita a transitar Rosario Lázaro Igoa.

Imagino que las flores del aromo chileno (Acacia farnesiana) sean tan pegajosas como las de la acacia de las dunas uruguayas (Acacia longifolia). Lucia Berlin escribe que en muchos otros lados al aromo se le dice acacia, asemejando las dos plantas que bastante cosa comparten. Las flores también son amarillas, por lo que se puede ver en fotos. Nunca estuve en Chile en la época en que florece el aromo, así que no sé qué olor tiene. Fui en varias otras estaciones, pero casi siempre en verano, y debo de haber dejado pasar ese arbusto, que hasta porte de árbol alcanza, como una mata verde más. Es probable que haya sido incapaz de darme cuenta de que el tal «aromo» estaba emparentado con la flor más avasallante del balneario donde crecí (igual de introducida que la retama, por ejemplo, pero no tan sutil y fragante). En agosto, todo es amarillo en La Paloma. De la vegetación chilena, tengo la imagen de tunas en la costa, y hacia la cordillera pinos, araucarias, helechos, rosas mosquetas y frambuesas silvestres al lado de la carretera. Y de un frío compacto y húmedo que le sabe conferir hermetismo a las almas.

«Andado. Un romance gótico», de Una noche en el paraíso, transcurre durante la floración de la Acacia farnesiana. En el cuento, Lucia Berlin escribe que la palabra «aromo» tiene «la suavidad de las flores amarillas que alfombran los patios». Es la historia de un feriado en la vida de Laura, una adolescente gringa en el Chile de los años 40 o 50. Tienta el paralelismo con la propia historia de Berlin. El extrañamiento con las palabras como «aromo» parece estar habilitado por ser extranjera, como la protagonista. Cuando Laura camina con sus amigas después del colegio al que va, se siente el olor de esa flor amarilla en el aire de una ciudad fría. Los Andes siempre ofician de fondo. Melosa, comedida, y al mismo tiempo cruda, es la narración. Laura hace de anfitriona de las recepciones en su casa; ayuda a un padre empresario y político (además de agente de la CIA) en esa tensa y aparentemente dulce tarea del recibir. Su madre está en cama, siempre en cama con una botella escondida, y no lo puede hacer.

Mucho nombre propio y sobrenombres pitucos (Conchi, Quena, Pepe), frases convenidas, represión, vidas dobles, mujeres relegadas, y así va la vida en el cuento de Berlin, entre colegios privados y clubes de la alta sociedad. Me acuerdo de las historias que le hacía mi abuelo a mi padre de los años que vivió en ese país, dos décadas más adelante, en los 70. Y de mis impresiones de viaje: miradas esquivas, cosas implícitas, una extraña moral reinante. Pero lo más revelador del cuento es el viaje en tren al sur del país. A Laura, su padre la manda durante el feriado a Los Junquillos, en la región del Biobío, en representación de la familia. Es casi como la ofrenda de un cordero a un lobo.

Si fuera una película americana, usted diría «todo esto es mío», le dice la adolescente al dueño de esas tierras, Andrés Ibáñez-Grey (hasta en eso de los apellidos compuestos Berlin se despacha a pinceladas mordaces). Llueve. Recién llegados al fundo, observan un paisaje nocturno en el que la gran casa es el centro del cosmos. Los árboles del aromo pulsan en la oscuridad, escribe Berlin. Don Andrés le debe de llevar cuatro décadas, por al menos. Un rato antes, por el camino, este viudo, patricio, libidinoso, y también agente de la CIA, le nombró los pueblos que vieron, los ríos que cruzaron. Los aromos se reflejaban en las aguas del Biobío, y en los lagos. Les quedan varios días por delante. Habrá guasos, habrá fundos, cuchuflís con dulce de leche, cosas regias, reforma agraria y patrones, todo en español en el original, como una precisión irónica, un detalle al margen. Del mismo modo, habrá en el fundo carruajes para jugar a Madame Bovary y avances progresivos de Don Andrés sobre Laura, mientras leen a Darío, a Turguénev, tocan el piano, hacen excursiones a altas horas, y de pronto las flores de aromo se pegan a los cuerpos desnudos como el pelaje de los animales. 

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