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Clásicos en viñetas

«Una arruga en el tiempo», de Madeleine L’Engle

Por Federico Ivanier / Miércoles 03 de julio de 2019

Cincuenta años después de su primera publicación, la dibujante Hope Larson adaptó a novela gráfica un clásico de la literatura juvenil de ciencia ficción: Una arruga en el tiempo, de Madeleine L’Engle. Federico Ivanier, escritor de novela juvenil y ávido lector, nos recomienda esta novela en su versión cómic, que ya cuenta incluso con adaptación al cine.

Una arruga en el tiempo, de Madeleine L’Engle, es una de esas obras que dentro del mundo de la literatura juvenil se ha convertido en un clásico o, cuando menos, en una obra que, desde su publicación en 1962, ha seguido reimprimiéndose y a partir de la cual se han hecho ya algunas películas incluyendo una última de Disney, el año pasado.

La historia de la novela es bastante particular. Según su autora sufrió un total de veintiséis rechazos por parte de editoriales en su momento, porque era «demasiado rara». Ya resignada, Madeleine organizó una reunión de Navidad donde casualmente conoció a un editor de libros para adultos y él estuvo dispuesto a publicarla. De ahí en más, la novela tuvo un andar de ensueño, ganando muchos premios importantes, entre ellos, la Medalla Newbery, que destaca la «más distinguida contribución a la literatura para niños norteamericana».

Pues bien, al cumplirse los cincuenta años de la publicación de la novela, se hizo una versión en novela gráfica de la historia que, algunos años después, llega finalmente a nosotros. El trabajo de adaptación cayó en manos de Hope Larson (exesposa de Brian Lee O’Malley, creador de Scott Pilgrim, de quien ya he hablado anteriormente), talentosa artista que ganó el Eisner (algo así como el Óscar de los cómics) con esta versión.

Ante tanto premio, es difícil no acercarse a este cómic con un poco de reverencia, pero lo cierto es que se trata de una obra que vale la pena tener en los estantes de nuestras bibliotecas. La narración no es «rara» (al decir de su autora) en lo que refiere a su estructura: hay una lucha entre el bien y el mal y un personaje con una misión, enfrentándose a diferentes pruebas para completarla. Seguramente lo memorable de la historia es la manera en que los personajes se construyen y cómo la trama va avanzando, mezclando el crecimiento personal de Meg, el personaje central, con un espesor filosófico que, podría decirse, es poco común en la literatura juvenil de hoy (y la de medio siglo atrás).

Hablando de Meg: tiene trece años y diversos problemas en el liceo para adaptarse y ser como los demás, que es lo que ella desea. También es terca e impaciente. Y, en su casa, tiene el problema de que su padre ha desaparecido. Una noche se despierta, baja a la cocina y encuentra a su hermano menor Charles Wallace, tomando un vaso de leche. Allí llega la Señora Qué, un misterioso personaje que habla de un «teseracto». Pronto quedará claro que eso está vinculado a la extraña desaparición del padre de Meg.

Por supuesto que Meg desea encontrar a su padre, así como entender qué es lo que pasó. A medida que la narración avanza nos enteramos de que un teseracto es una posibilidad ultrarrápida de viajar en el espacio, y eso es lo que hará Meg junto con su hermano Charles Wallace y un compañero de liceo llamado Calvin, en busca de su padre (y, en definitiva, de conocimiento, porque eso también guía a Meg todo el tiempo: la necesidad de entender).

Esta búsqueda de su padre, por supuesto, la enfrentará al mal, llamado Ello, que sale de lugares comunes y coloca lo que se está contando en ese lugar que sí es raro, que sí es original y que sí ha permitido que la novela perdure en el tiempo. Entre otras cosas, el mal es la conformidad, es la idea de que todos tenemos que ser iguales, hacer lo mismo y vivir lo mismo, tal como ocurre en un lugar llamado Camazotz, al que Meg va con su hermano y Calvin. Lo terrible de no tener singularidad, tal como se ve en Camazotz contrasta, desde luego, con ese deseo de encajar y ser como los demás que Meg tenía al comienzo de la narración. Tanto que, para sobrevivir, Meg recibe de parte de la señora Qué un regalo que para mí es increíble: sus propios defectos. Son sus defectos los que la van a salvar. Su propia capacidad de no encajar, digamos.  

Pero la historia abarca más temas que esos: está el arte y la ciencia como maneras privilegiadas de entender al mundo, también está la forma filosófica en que se construyen los eventos dentro del universo creado por L’Engle. Sobre todo, como buena historia de ciencia ficción, Una arruga en el tiempo cuestiona las cosas que tenemos delante. En un momento, en una de mis líneas de diálogo favoritas, Meg se encuentra con seres de otro planeta carecen del sentido de la vista. Uno de ellos le dice: «Nosotros no sabemos qué apariencia tienen las cosas. Sabemos cómo son. Debe ser muy limitante esto de ver».

El trabajo de Larson es, además, una delicia. Con solamente dos colores, negro y celeste, consigue darle una gran expresividad y volumen a los personajes, crear un trabajo vibrante y personal, dejando que la historia se cuente a sí misma, sin aclaraciones, permitiendo que las acciones de los personajes y sus diálogos alcancen para que nosotros sigamos el desarrollo de la trama. Una de las cosas claves, en todo cómic, es su fluidez, el pasaje de un panel a otro, que acá funciona estupendamente.

Habría otro par de cosas para decir, que, a pesar de ser obvias y simples, son importantes. Esta es una novela gráfica, por lo que tiene la gran ventaja de ser autoconclusiva, que no siempre es lo normal en el mundo del cómic. Acá no hay ningún «continuará», sino un final. Y, además, a mí me encanta leer cómics en un formato semejante a un libro. No soy gran fan de los formatos grandes, que muchas veces son incómodos. Este libro tiene, para mi gusto, el tamaño ideal.

En resumidas cuentas: sí, vale la pena tener esta adaptación en nuestra biblioteca. 

 

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