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Erótica

Semana Santa

Por Marianella Morena / Martes 30 de abril de 2019

El otoño, frío y seco, nos invita a quedarnos en la cama, entre sábanas, buscando el calor de otros cuerpos. Marianella Morena nos regala un texto erótico, húmedo, otoñal.

Por la ruta se ven las casas. Lindas, pobres, ricas, cajas de felicidad, cajas eróticas. Quisiera ver las camas, abrir las paredes y pasar cerca, a poca distancia, sin que ellos lo noten. Llevarme esa dimensión,  para que quede un resto, un olor de viento, y semen, que se mezcle en la ruta, en la noche, que mi pelo poroso almacene para las sequías de visita. Voy por un poco de él. Sólo un poco de él, para lo mucho de mí. La ropa sobre mi cuerpo. Él debajo de la manta, suda, espera, una mano y un pie, casi en silencio, no rozo nada. El borde de la silla, hace calor y me quito el abrigo. Él espera mi lengua. Solamente lamer hasta el final. Abrir la ventana para lamer. Comer pan con café para lamer. Descender desde el pecho hacia abajo, donde mi boca pueda quedarse hasta desconocer de qué parte se trata. Bajar hacia la zanja. Abrir la entrepierna con la lengua. Lento, muy lento. Despacio. Que la lengua lidere y decida donde lamer.

¿Podremos volver a abril, antes del invierno, del chocolate, el consolador y las putas de la calle? Quiero volver al inicio de todo, cuando el romance prometía un nuevo espacio de ficción para suplantar al real. Nadie sabe explicarme dónde está, si el pasado tiene sentido, si la memoria sirve para saber, como le pasa a todo el mundo. ¿Qué hago entonces con el cuerpo abierto sin palabras? Sin lágrimas de semen, así es abril, abierto y seco. Un otoño con otras promesas. Prometo no desnudarme. Que el sudor sea uno, largo y sedoso, cuajado y húmedo. «No me quitaré nada», abrigada y debajo de las sábanas, veré tu llegada. La realidad es insoportable sentenció Deleuze, entonces el mentiroso se ampara en la esperanza de la huida.

No quiero quitar mi mano, tengo la piel arrugada. Hace días que no me levanto y la mano sigue ahí, enredándose, perezosa, hambrienta, niña. Quiero que venga el hombre mayor a leerme un cuento. Él viene y yo mojo la cama, él nunca me seca, ni por delante, ni por detrás, abre mi boca y deja el jugo. Después me dice buenas noches. Toma su chaqueta y no lo veo por días. Y se dio cuenta que la abstinencia mejora mi carne y me deja reposar. Apareció al finalizar el verano. Sólo llevaba la camisa que yo le regalé la navidad pasada. Rayitas celestes. Pantalón suelto, nadie sabe el tamaño. Los hombres mayores prefieren los pantalones sueltos; los jóvenes, el jean que marca. Me gusta adivinar. Se adelanta y me destapa, me grita que estoy mojada de antemano, lloro y me abro sin dios ni santo que impidan mi abertura infinita. Se sienta y lee. No se acerca al oído, acaba en mi mano y lamo lo blanco. Perra. Orino en la mano y guardo la humedad vencida hasta el próximo encuentro.

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