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mochila al hombro

Oi, Eduardo: Libros e historias en la playa de Matadeiro

Por Tania de Tomás / Jueves 22 de febrero de 2018
Foto: Tania de Tomas

Tania de Tomas, nuestra mochilera literaria oficial, nos presenta a Eduardo, un relajado y feliz librero que vive en la playa de Matadeiro, en Florianópolis, desde hace treinta años, y nos invita a conocer su casa y su historia.

Enciende la hornalla de la cocina y apoya la caldera sobre el fuego. Afuera se deslizan las primeras gotas. La diminuta casa de madera se acurruca con el crujir del piso, y el olor del agua mezclada con tierra se cuela por la ventana que da al fondo. La lluvia intermitente ahora surca la arena y Eduardo se asoma por entre los libros.

Son muchos los sonidos. Aquí hay una naturaleza extremadamente viva. Al despertarme, desde la cama, ya sé cómo va a estar el mar, lo sé por su sonido.

Lo dice despacio y deja un silencio casi amable.

Eduardo tiene sesenta y siete años y hace treinta que tiene una librería sobre la playa de Matadeiro en la que también vive. El primer día limpió el terreno que estaba cubierto de basura. El segundo levantó una pequeña construcción de madera. Y el tercero ya estaba durmiendo allí con su hijo. Vivió sin agua durante dos años. Caminaba tres veces por día con un balde hasta la gruta que quedaba a unos dos kilómetros. Un día limpiando el terreno escuchó que detrás de una piedra había una gotera y se dio cuenta de que detrás de su casa había una caverna con agua.

Y en el momento en el que tuve agua, tuve mi casa. Antes tenía un lugar donde quedarme, pero no era mi casa, sin agua no era mi casa.

A Eduardo lo conocí una tarde mientras vendía trufas por la playa. Me quedé un rato parada frente a una pila de libros. Hablamos un poco de Clarice Lispector, porque yo estaba terminando de leer su Felicidad clandestina. Y también hablamos de amor.

Pasión eterna no es pasión real. Las veces que me enamoré lo hice con mucha intensidad. Mi última novia vivía en Curitiba y yo aquí. Cada dos meses pasaba un fin de semana en mi casa y luego se iba. Recuerdo que nos escribíamos cartas, en esa época no teníamos internet. Luego ella resolvió venir a vivir aquí y ahí terminó la relación. Es que tengo manías que son mías. Cuando se está en pareja existe un mundo lindo que compartir, no estoy ignorando eso, pero…

En el rato que estuve me contó muchas historias. Algunas resultaban algo fantásticas, pero al parecer eran reales, tan reales como que él y yo estábamos debajo de un alerito frente al mar, escuchando llover e invadidos por el olor dulzón del choclo recién hecho.

Hace cuarenta años vivió durante ocho meses en Garopaba, en lo que dijo fueron los grandes marcos de su vida.

Me fui de vacaciones y de repente terminé viviendo junto con tres mujeres maravillosas en una casa en el medio de la nada. En la orilla del rio.

¿Tenías una relación amorosa con ellas?

Nooo, amigas, amigas. Con una de ellas tuve una historia, pero fue algo muy rápido. Era muito muito massa. Tocábamos la armónica, nos drogábamos y bebíamos mucho.

Mirá este tema de Lenine (hace una pausa). Para mí esto de escuchar música en un dispositivo es reciente. Pasé muchos años viviendo sin energía eléctrica. Cuando vine para acá estuve viviendo sin luz por casi veinte años. Cuando vivía en el Amazonas no tenía electricidad así que acá no fue difícil acostumbrarme. Siempre me gustó la música y soy de los que piensa que para escucharla tiene que haber buena sonoridad. Si no tenés buena música que se escuche bien es mejor dejar el sonido del mar. Hace un mes conseguí esta caja de sonido que adecúe con el wi-fi. ¿Te gusta Cazuza?

Me gusta.

Murió en el noventa, pero sigue siendo grande. La modernización del rock fue a través de él. A mí me gusta mucho. Muni, Muni, Muni.

Llama a su gata y la cortina que está colgada a la entrada se bambolea de un lado al otro. Afuera se levanta un temporal.

Algunas veces Eduardo se siente solo pero no tanto como para desesperar. En invierno, que es el momento en el que no hay turistas, quienes viven en el lugar se buscan más.

Aquí estamos mucho más cerca que en una ciudad grande. Lo que te separa físicamente a ti de otras personas son trecientos metros. Si yo no aparezco por dos días en el mercado me vienen a buscar, somos como una tribu.

Treinta años es mucho tiempo, ¿nunca te aburriste?

Sí, sí, pero no hay ningún otro lugar que me haya llamado la atención. Este es un buen sitio para vivir. Aunque sé que el tiempo está pasando y que el cuerpo está envejeciendo. Por eso quiero hacer un cambio con urgencia, antes de que el cuerpo niegue esa posibilidad. Quiero irme a algún otro lugar y, si tengo que volver, hacerlo con una nueva carga de información. Viajar es una inyección de buaaaaa adrenalina.


 


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