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homenaje

Liliana Bodoc: En los confines de la fantasía del Sur

Por Federico Ivanier / Domingo 04 de marzo de 2018
Foto: THX Medios SA
Federico Ivanier nos regala este perfil de Liliana Bodoc, la escritora argentina que falleció el febrero pasado y dejó una huella imborrable en la literatura universal. Si bien Federico la celebra más allá de este hecho, recordarla es importante y conocerla aún más: ciencia ficción con monstruos y gigantes en las poéticas tierras del sur.

El último seis de febrero murió Liliana Bodoc y eso modificó un poco los planes que tenía para la próxima nota. No tanto porque crea eso de que la muerte glorifica o algo por el estilo, para nada. Me encanta hablar de esta escritora argentina de literatura fantástica y poeta sin utilizar ninguna excusa para ello.

«Lo que voy a relatar sucedió en un tiempo lejanísimo; cuando los continentes tenían otra forma y los ríos tenían otro curso. Entonces, las horas de las Criaturas pasaban lentas, los Brujos de la Tierra recorrían las montañas Maduinas buscando hierbas salutíferas, y todavía resultaba sencillo ver a los lulus, en las largas noches de las islas del sur, bailando alrededor de sus colas.»

Ese es el segundo párrafo de «Los días del venado», la primera parte de su Saga de los confines. Quizá esta sea su obra más archiconocida: una épica fantástica contada muy en términos de América del Sur, por definirla de algún modo. Liliana era una lectora de Tolkien con sentimientos encontrados: por un lado, estaba enamorada de El señor de los anillos, pero también la encontraba recalcitrante en otros aspectos. Como ella lo dijo en una entrevista, al leer al escritor sudafricano (aunque más que sudafricano fue británico): «Qué bueno sería que alguien escribiese una épica fantástica […] desde el sur, al que Tolkien carga sistemáticamente de connotaciones negativas. Desde el este, al que Tolkien carga sistemáticamente de connotaciones negativas. Desde la colectividad y no desde el héroe. Desde el mago que trabaja, suda, se equivoca, sufre, llora, envejece y muere. Y no desde el otro, que llega con un bonete estrellado y ni envejece, ni sufre, ni se equivoca, ni se muere… porque creemos que se muere, pero un día resucita».

La Saga de los confines por tanto, como toda épica, busca contar una historia del mundo, busca hurgar en el pasado porque no podés saber nunca quién sos ni para dónde vas si no sabés de dónde venís. Incluye una lucha entre el Bien y el Mal, es entretenida, tiene magia, varios personajes, en fin, lector, lectora, seguro vos sabés más que yo de épicas y no necesitás que te explique mucho más. La fortaleza y originalidad de este trabajo radica en el «de acá», en la intención de retomar una mitología más local, no europea, sino de las culturas originarias de nuestro continente. Ursula K. LeGuin, la gran escritora yanqui de ciencia ficción y fantasía, así lo dijo también: «La Saga de los confines me parece que trae, por primera vez, una voz y punto de vista realmente sudamericano a la Fantasía».

Quizá parezca una simpleza todo esto. Yo creo que no. Creo que es al revés. Sin ir más lejos, pensando en lo del contar desde el sur: en talleres de escritura que doy de vez en cuando, siempre tengo alumnos que escriben historias donde Peter y John y Michael son los protagonistas. Cuando les pregunto por qué les ponen nombres en inglés a sus personajes, parece que así les suena mejor. ¿Por qué?, les pregunto. Y no saben. Seguramente, no leyeron la Saga de los confines y todavía no pudieron ver que no tenemos nada, absolutamente nada, que envidiarle a la ficción en inglés (fuera de su dinero para marketing). Aclaro, por supuesto, que tengo varios autores de habla inglesa que me encantan y admiro. Pero no hay nada que envidiar.

Engancharse con Liliana es, entonces, engancharse con algo muy íntimamente nuestro. Aunque no sepamos bien de dónde viene o por qué. No obstante, yo no diría que la cuestión termina ahí, en «ser del sur». También se nota en los tres libros un amor por lo que se está contando, por cada palabra. Esto no se puede «demostrar», digamos. Es una interpretación personal, pero para mí es muy claro y resulta un alivio leer algo así entre tanta cosita escrita a lo loco, como una maquinita, buscando gustar y gustar (o shockear por shockear) y ser tan nutritivo de tu cerebro y tus emociones como esa gigantesca bolsa de pop que te dan en el cine. Es que para Liliana, por suerte, la clave de la literatura no era qué se cuenta —al menos no solamente—, sino cómo se cuenta, que no es «complicarla» porque sí, al contrario, más bien va por el lado de elegir la manera (las palabras, por ejemplo) con cuidado. Yo viajo con ese equipo.

Por eso, viene a cuento parte de una charla de Liliana sobre la palabra poética. Ya mencioné que Liliana era poeta también, pero aquí la «palabra poética» no va referida a la poesía, o no únicamente, sino a la palabra utilizada en un modo artístico, a la palabra utilizada dentro de la literatura. Dice así:

«Qué bueno que los científicos nos expliquen el mundo, que los biólogos, que los físicos, que los químicos lleguen y nos expliquen este lugar que habitamos, pero qué bueno que también los poetas nos expliquen también este lugar que habitamos. Porque mi sensación es que, cuando salimos a la calle, salimos mucho más al mundo poético que al mundo racional. Salimos a pelear contra fantasmas, contra gigantes, contra nosotros mismos, salimos a amar, salimos a llorar, y para eso sí que nos sirve el pensamiento poético.»


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