El producto fue agregado correctamente
Difusión

Leé un fragmento de «La era del casete» de Tabaré Couto

Por Escaramuza / Lunes 04 de noviembre de 2019

Compartimos un fragmento de La era del casete (Penguin Random House, 2019), de Tabaré Couto: un recorrido entre artículos, entrevistas, reseñas de discos y conciertos de rock uruguayo que surgieron durante la década que va de 1985 a 1995.

Tabaré Couto es periodista uruguayo radicado en Chile desde 1996. Entre 1986 y 1996 colaboró en BrechaJaque y Relaciones, entre otros medios. Fue parte de la revista Gas y director de Rock de Primera-Rolling Stone. Fue conductor de Última Generación y Ruta 66, entre otros programas de radio, y Ruta 66 TV y Control Remoto, en televisión. Como escritor, publicó libros sobre Eduardo Darnauchans y Buitres.


¿Mañana será tomorrow?

«Gente de dieciocho y veinte años, y de menos, que escribía y escuchaba música que no estaba en el mercado, que curtía y se tiraba en el pasto y se mamaban en las plazas, y que mezclaba en sus bolsos desamorados cuadernos de física prestados con frasquitos de jarabe para la tos, hojillas húmedas y arrugadas, tápers con restos de comida robada a mamá y lecturas de las más inusitadas. Llegué a creer que eran otro mundo y que harían algo por la atmósfera, simbólica o literalmente, pero en realidad solo eran jóvenes. No eran más que otra generación de seres humanos aburridos, preocupados y metafísicos, sin futuro, como yo. Como sigo siendo ahora aunque sé que todo es mentira, mentira es el lamento». (Personaje de la novela Arena, 2003, Criatura Ediciones, Lalo Barrubia)

Si 1986 y parte de 1987 fueron los años de la explosión y, por qué no, de alimentar la ilusión rockera de aquella movida (así la acotemos como apenas una corriente o un cúmulo de aportes artísticos desestructurados, anárquicos, tan manipulados como espontáneos), 1988 fue el año de sensaciones pendulares, de un constante zigzag de señales contradictorias para terminar configurando el primer gran tropezón de aquella generación de nuevos rockeros.

Montevideo Rock II, con el apabullante dominio de la innegable calidad profesional del rock argentino y brasilero frente a los esfuerzos uruguayos por sostener sus propuestas (algunas consolidadas y la gran mayoría irregulares o accidentadas) fue la primera señal de agotamiento real. Además, circulaba en el ambientillo rockero local una sensación de guerra de guerrillas interna. Traten de imaginarse mentalmente el tablero de la batalla campal de aquel pueblo chico infierno grande: banditas y sus amiguetes contra otros músicos; músicos contra sellos discográficos; periodistas y sus amiguetes contra músicos; músicos contra periodistas; periodistas contra periodistas; empresarios contra músicos; periodistas contra empresarios y tantas otras mezquindades menores que, sin embargo, consumían y desperdiciaban una energía preciosa y lucían como conflictos mayores, enturbiando un entorno –sobre todo mediático– que se alimentaba de las miserias ajenas, y que siempre estaba propenso a publicitar las más absurdas y pequeñas reyertas antes que las noticias positivas. Finalmente, el estado de las cosas no era de catástrofe ni de crisis terminal, pero la intensidad con que vivíamos aquellos procesos, la falta de perspectiva y nuestra ingenuidad propia de la edad, nos impedía percibir que el vaso, indudablemente, no estaban bastante lleno, pero tampoco era un recipiente vacío. Finalmente, el péndulo de sensaciones versión 88 nos llevaba a aceptar la separación de Los Tontos como «una crónica de una muerte anunciada», al mismo tiempo que no sé si captamos el impacto trascedente de un acontecimiento como fue la implementación de Arte en la Lona. Pasábamos de discutir recurrentemente los fines, finalidades y finales de nuestras revistas subtes sin sopesar el valor real de tener una sección aquí o allá, por ejemplo y entre fuego cruzado, en medio de cada edición semanal de Brecha. Aquel espacio se llamó Amasijo Habitual, y más allá de sus aportes intrínsecos, tenía la dificultosa tarea de aprender a convivir con el mainstream. Una labor de adaptación o, al menos de aceptación de los fundamentos que dan vida al medio que te cobijaba y que no compartíamos integralmente, enturbiaba las relaciones. El peso de esa mochila de sospechas y dudas que significaba cargar con esa contradicción vital sin solución fácil ni cómoda, por supuesto, no podía terminar bien. En resumidas cuentas, aprender a manejar los vínculos con los diferentes centros de poder –medios, empresarios, marcas comerciales, partidos políticos o asociaciones gremiales– era una faena que no nos acomodaba y se tornaba de a ratos fastidiosa, siempre perturbante, nunca confortable o de fácil manejo. Generalmente, por cierto, lo hicimos mal y aprendimos –si es que lo hicimos– a los golpes.

Así, 1988 fue un año extraño. Recuerdo que mientras unos celebraran el Mayo del 68, otros lo mirábamos con desdén. 1988 fue el año del comienzo de las frustraciones. De recogerse en las cuevas para pasar el temporal. El año que Raúl Forlán escribió para el editorial de aquella la revista que dirigía y que, como otros tantos proyectos, nunca vio la luz –El perseguidor, una publicación que estaba lista para entrar a imprenta y días antes el empresario a cargo frustró su lanzamiento (la gestión empresarial no era nuestro fuerte y la confianza en quienes sí podían apoyarnos rozaba la ingenuidad más absurda)–: «Aquí estamos, pues, en el vértice 1988 de nuestras imposibilidades».

Y se preguntaba «¿Mañana será tomorrow?». Para finalizar citando a Los Redondos: «Es todo tan efímero». Lo que Raúl ni nadie de nosotros podría imaginar durante aquel 1988 es que hasta el propio Indio Solari terminaría traicionado a Patricio Rey.


Couto, Tabaré. La era del casete, Montevideo: Penguin Random House, 2019, pp.221-224.

También podría interesarte

música
El espíritu de Janis: Landmark Hotel, L.A. (II)

En una nota anterior, Tabaré Couto recordaba su primer viaje en 1994 a Los Ángeles, ciudad por cuyas calles merodeó acompañado por la voz de Janis Joplin. Regresa a la ciudad en 2019, a sus calles, cines, librerías y disquerías, mientras se aloja, como cada vez que vuelve, en el ex Landmark Hotel, sin dejar de pensar en su —tristemente famosa— habitación 105.

Por Tabaré Couto
×
Aceptar
×
Seguir comprando
Finalizar compra
0 item(s) agregado tu carrito
MUTMA
Continuar
CHECKOUT
×
Se va a agregar 1 ítem a tu carrito
¿Es para un colectivo?
No
Aceptar