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Crónicas

La morada del corazón: São Paulo y Mário de Andrade

Por Rosario Lázaro Igoa / Jueves 27 de junio de 2019

Sin lugar a dudas, Brasil es color: intensos verdes en su vegetación, amarillos, rojos y violetas en sus platos y hasta azules luminosos en su literatura. Rosario Lázaro Igoa nos invita a escapar del frío para tomarnos un café con el escritor Mário de Andrade y perdernos por las calles de São Paulo hasta llegar al «corazón» de la ciudad.

Aquel día almorzamos bajo unos árboles densos y llenos de flores. Hacía calor, sobre todo para quien venía de un agosto helado en Uruguay. Estábamos en plena área central de São Paulo, pero ni siquiera se escuchaba el ruido de la calle allá afuera, una de esas con subidas empinadas e imposibles, que los paulistas igual escalan como si nada. Nuestros platos tenían pimientas de todos colores y pescados con nombres amazónicos. También papas deliciosas, violetas y rojas y negras, pero que ni papas parecían. Las ollas, a unos metros de distancia, mantenían tibias las sopas y las cremas de mandioca, y los pasteles de carne seca, inolvidables. Había chicharrones crujientes, de los que quedan perfectos sobre la feijoada. Nos servimos muchas veces, hasta cansarse del ir y venir. Era una felicidad inconsciente, y transitoria, como si la comida fuera un descanso de lo que estaba pasando en esa ciudad, y en nosotros, aquellos días.

El almuerzo opíparo es la imagen más completa que tengo de São Paulo. Estuve en esa ciudad un par de veces, no tantas como siempre he querido. La sobrevolé muchas otras (con la misma expresión de incredulidad frente al océano de cemento abajo del avión), pero nunca terminé de verla como un solo lugar. Esa misma tarde, después del banquete, volveríamos a andar en taxi, a ir de un lado a otro, buscando soluciones, ilusos de que las hubiera. También iríamos al Parque de Ibirapuera, donde mis oídos solamente escuchaban las ruedas de los skates, constantes sobre el cemento y donde, por fin, el sol terminó de irse con esa luz tan anaranjada y tan propia de ese paisaje lleno de cosas. No es casual que, contra la opinión general, Mário de Andrade declarara «São Paulo es más colorido que Rio de Janeiro» en una crónica del 5 de octubre de 1930, titulada «Colores de Brasil». «Rio es mucho más luminoso está… claro», bromea, aunque agrega: «Pero es esa misma intensidad de luz ambiente la que lo decolora» (p.57).

La columna de Mário de Andrade en el Diário Nacional se llamaba «Taxi». Ahí aparecen estas crónicas. En aquel entonces, São Paulo no era la extensión infinita de gente y autos y motos y construcciones y fábricas que es hoy, y tal vez fuera algo parecido a un barrio, en el que Andrade iba al correo y andaba en ómnibus, y sentía un extrañamiento tan grande de sí mismo que la realidad parecía andar temblando a su alrededor. «Salí de esta morada que se llama O Coração Perdido y de repente no existí más. Perdí mi ser. No es la humildad la que me hace hablar así, pero ¿qué seré yo entre los automóviles?...» (p.107), escribe el 15 de febrero de 1931. La crónica se titula «El tierno itinerario o trecho de antología». Nadie sabe si los lectores de aquellos textos estaban al tanto de que «O coração perdido» era su propia casa, sobre la calle Lopes Chaves, que hoy expone sus libros, muebles, piano, colecciones.

Tampoco hay unidad en la ciudad de Andrade. Hay más bien un ánimo que todo lo desagrega, un estar y no estar en suelo paulista. «La docilidad es la venganza de las cosas inanimadas. Quedo tristón y sufro con deleite ahí». (p.109), declara en la misma ida al correo. Cuando la ciudad es demasiado, clama por agarrarse maleita, o malaria, en un igarapé amazónico, aterrado de los placeres urbanos, como el whisky y los cócteles. Nada de eso le sirve. Pero tampoco huye del todo. São Paulo, fragmentada, es el escenario en el que el propio escritor se torna presencia extraña hasta para sí mismo. Con humor, y una melancolía tenaz, escribe: «Me agilicé en voliciones y una elasticidad solar me movió el cuerpo. Quedé tan agradable que cuando reparé estaba tomando café. ¡Qué amargamente dramática es la reacción del sentido común! Una comedia corta, me representaba tomando aquel impensado café. Era yo, tomando café, la víctima» (p.110).

Andrade, Mário de. Crónicas de melancolía eufórica. Trad. Rosario Lázaro Igoa. Ilustraciones Martín Verges Rilla. Montevideo: Alter ediciones, 2016.

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