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Emojis, gestos, afectos

La conjugación del odio

Por Santiago Cardozo / Viernes 05 de febrero de 2021
Instalación «Odiolândia», de Giselle Beiguelman.

¿Qué diferencia al odio de la indignación? ¿Cuáles son sus lenguajes actuales y sus consecuencias? Santiago Cardozo reseña Las vueltas del odio, un libro de Gabriel Giorgi y Ana Kiffer en el que se aborda el odio como un «condensador de afectos», con injerencias en todos los ámbitos de la vida, particularmente a partir de la forma escrita.

Que Dios bendiga a todas las personas y palos sobre los

vagos […],

Dudo que si fuese en la época de los generales este país

llegaría a este punto […], São Pablo libre de drogas, rumbo

al progreso familia cristiana y trabajo […],

Seamos sensatos, hay que matar, si no, no se resuelve. Esta

es la nueva cara del Brasil […].

Tomado de Odiolândia, de Giselle Beiguelman, São Pablo, n-1 edições, 2017.

 

 

Permítanseme dos digresiones etimológicas iniciales para introducir el tema:

1:

Odio, del latín odium: «odio, aborrecimiento, enojo, enfado; fastidio, disgusto; persona o cosa odiosa», y este del verbo latino ōdisse: «tener odio, aversión, aborrecer». Es amplio el abanico de emociones o sentimientos que abarca el odio: una escala de intensidad que recorre diferentes niveles, que ofrece una vitrina de actitudes o reacciones de una persona hacia otra o hacia una cosa, o incluso hacia ella misma.

2:

De la cita inicial, se impone el adjetivo sensatos: «dotado de sentido, juicioso», de sensus: «sentido, sensación, facultad de sentir», donde se reúnen el razonamiento, el juicio argumentado y la percepción que todavía no encuentra su expresión verbal y que, por ello mismo, podríamos pensar, se encuentra con la evidencia incuestionable de las cosas, el primer contacto directo con el mundo, con su esencia, que ya carga, no obstante, un sentido, aunque este tenga que ser puesto en palabras; o, en todo caso, un sentido que se experimenta en el cuerpo, con la fuerza de lo irreductiblemente dado al afecto.

Las vueltas del odio. Gestos, escrituras, políticas (Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2020), de Gabriel Giorgi y Ana Kiffer, plantea una reflexión sobre las «escrituras de odio» como la puesta en escena de una reconfiguración de lo político, de las formas y los pactos de organización de lo común: «El odio contemporáneo —su naturaleza estentórea, su cualidad inequívocamente política, sus temporalidades y memorias múltiples— es fundamentalmente un odio escrito: un odio que se escribe en nuevos territorios, especialmente los electrónicos, y que refleja una transformación radical de la escritura, de la que es inseparable» (Giorgi).

Fuera de la consigna bienpensante y un poco vacía de la transformación radical de la escritura (¿qué quiere decir esto?, ¿qué se concibe por escritura?, ¿por qué habría una transformación extrema que toca las raíces de la escritura?), el trabajo de los autores tiene el mérito de mostrar cómo el odio (político, religioso, de raza, de género, de clase) no es un problema privado, concerniente a los espacios domésticos desde los cuales se escribe en las redes sociales, sino un asunto serio que reclama su lugar como discurso capaz de (re)configurar las formas de organización de lo social. Del barullo y el griterío de las redes sociales; de ese dialecto arborescente, verborrágico, esencialmente acumulativo y explosivo de su situación de emergencia y expresión, es decir, del ruido que constituyen y del que emanan, las voces del odio quieren ser una palabra con derecho al logos, una palabra pertinente capaz de definir una partición de lo sensible, para hablar a la Rancière, autor al que apelan Giorgi y Kiffer en numerosas ocasiones para explicar el lugar del odio en la sociedad. Así, el problema tiene lugar en las «Escrituras fragmentarias, asintácticas, anónimas» que se mueven «entre registros de lo oral, lo performático y lo escrito» y que eluden los «protocolos formales de lo decible y lo escribible en público», esto es, que empujan las cosas al quiebre del «pacto democrático» que mantiene a raya el cortocircuito generalizado que podría derivarse de estas enunciaciones del odio. En otras palabras: «El odio electrifica nuevas enunciaciones que emergen en el paisaje de lo público, como un contorno estridente sobre un fondo difuso», dice Giorgi.

Tensión entre la palabra y el ruido, entre la polis y la phoné, el odio problematiza la manera misma en que las democracias posdictatoriales, a juicio de los autores, resolvieron su construcción en términos de un horizonte consensual regulador de lo público. A partir del análisis de una serie de instalaciones que recogen las diversas escrituras de odio y las reproducen en paredes, videos y performances, Las vueltas del odio se enfoca en lo que viene ocurriendo en Argentina y Brasil desde hace al menos tres lustros, con los gobiernos kirchneristas y del PT, sucedidos por Macri y Bolsonaro. En este contexto, las escrituras de odio, mantenidas a distancia en las instalaciones referidas y, como consecuencia, problematizadas, son interpretadas como rasgaduras en el tejido democrático que había definido, consensualmente, las reglas de juego.

En estas escrituras, se escenifican las categorías biopolíticas con las que la razón de Estado definía una vida digna y una sub-vida, cortadas por la raza, el sexo, pero también por la política, la clase y la religión. Las escrituras de odio que se exhiben en las instalaciones de las que trata el libro en cuestión reactualizan latentes memorias sedimentadas, bajo las formas de afecciones políticas que operan en términos del inagotable antagonismo inclusión/exclusión.

En este contexto, las escrituras de odio, que inscriben el cuerpo en la figura de los emoji, ponen en funcionamiento lo que se denomina «capitalismo afectivo», cuyo objetivo fundamental es la normalización de las reacciones afectivas del cuerpo y las formas de su interpretación. Lejos, entonces, del sentido resultante de la lengua (en el sentido más corriente de esta palabra), los emoji borran toda sintaxis y todo léxico y entregan la circulación del sentido a una mostración corporal que escenifica-dramatiza el papel de los gestos en la constitución del odio.    

«Las afecciones políticas que surgen en el seno de las reivindicaciones de los grupos minoritarios desarreglan, incomodan y exigen que reveamos una gran porción reprimida de mitos y conceptos políticos nacionales», dice Kiffer. Y añade: «Las gestualidades del cuerpo son, en su mayoría, y sobre todo cuando apuntan a esquemas que están surgiendo, nuevas percepciones colectivas aun incipientes», que ponen en entredicho los sustratos sobre los que se fueron asentando las mitologías identitarias de los pueblos. En Brasil, contexto que piensa Kiffer, las formas en que se han ido construyendo las identidades (siempre, en rigor, identificaciones) y sus mitologías, el crisol racial, sexual y las relaciones de clase encuentran un «suelo común» de una agonística brutal que ha seguido el camino de lo que sucede a nivel internacional con relación a la «política convencional», los Estados y todas esas voces marginales que, en no pocas ocasiones, apelan a la mitología de un pasado puro que viene corrompiéndose, pasado que debe recuperarse al costo que haga falta. 

Las vueltas del odio plantea la forma en que se articulan las escrituras marginales de las redes sociales, lugares en los que se expresa abiertamente el odio (anónimamente o no; de forma directa y descarnada o bajo un ropaje más cuidado), con el discurso de la democracia contemporánea, desfalleciente en diversas partes del mundo, incapaz de construir un común que permita reabsorber los efectos devastadores de esas escrituras disruptivas, irracionales, esto es, los efectos sobre el discurso de las instituciones políticas y de las maneras en que se construye el consenso social para una convivencia que respete ciertas reglas de juego, a fin de evitar caer en esa dramática despolitización que implica la negación del otro.

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