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Hipótesis e ilusión en Clément Rosset

«It»: ver lo invisible

Por Santiago Cardozo / Miércoles 18 de noviembre de 2020

«¿Qué es lo que vemos cuando vemos un objeto inexistente, pero que existe solo en nuestra mirada, en nuestro campo visual?» Palabras e imágenes desatan la imaginación, la ilusión de la percepción, y provocan una construcción o versión de lo invisible a partir del creer ver, creer pensar. Santiago Cardozo reseña Lo invisible, del filósofo francés Clément Rosset.

He almorzado solo ahora, y no he tenido

madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua.

César Vallejo, XXVIII, Trilce.

1.

Estoy, tranquilo, dejando que el cansancio se desplome por mi cuerpo, tomando un café. Poca gente conversa en las varias mesas que me rodean (el estrecho panorama que soy capaz de ver está compuesto esencialmente de paredes blancas, mesas negras, ventanales y personas, entre clientes y empleados). Miro fijamente un punto como momento de distracción y suspensión: toda mi vista está dispuesta hacia allí; mis ojos ven y, al mismo tiempo, no ven: logro que la escena se fije y me pierdo en su ausencia de dinámica, algo así como un detenimiento del tiempo. De pronto, algo o alguien aparecen a un costado: sobre el fondo borroso al que la vista no accede con plenitud, se recorta una mancha que experimento como una intrusión en el paisaje estático de mi concentración. Giro ligeramente la cabeza hacia la mancha y, como era de esperar, ya no hay nada. Pero no bien retomo el punto en el que me había enfocado, la mancha reaparece y ahora comienza a moverse hacia mí, siempre por el lateral (la mancha parece vivir precisamente en los márgenes, a los que la mirada renuncia como condición para poder mirar); se desplaza lenta y percibo su movimiento como una amenaza. Hay algo visible que no existe y que, sin embargo, se ha apoderado de mí; veo algo –lo imagino– «con vida», pero que no está ahí, en lo viviente, sino como un resto que termina por provocarme escalofríos. Es lo invisible que se aproxima; no obstante, nunca va a llegar hasta mí. Mientras mire al frente, la mancha, cada vez más definida (ahora es una persona, un familiar: mi abuela, una tía, mi madre muerta, yo mismo, infante), existe.

2.

¿Qué es lo que vemos cuando vemos un objeto inexistente, pero que existe solo en nuestra mirada, en nuestro campo visual? ¿Qué vemos cuando estamos frente al dibujo de una cara conformada por el trazo de un círculo para la cabeza, dos palitos horizontales para los ojos, uno vertical para la nariz y otro curvado para la boca, en signo de risa o de tristeza? ¿Qué clase de frontera se nos revela, frontera del pensamiento y de la experiencia? Estas son algunas de las preguntas que se plantea Clément Rosset en Lo invisible (Buenos Aires, El Cuenco del Plata, 2014). Como contrapartida, afirma categóricamente:

El estatuto de lo no visible se aplica también a lo no perceptible en general, cuando la percepción va acompañada por la ilusión de que hay algo oculto en ella, algo que la mera percepción no logra revelar. Y lo que es cierto en el ámbito de las imágenes lo es más aún en el ámbito de las palabras y del lenguaje. El hecho de que invenciblemente seamos llevados a buscar, antes de lo que alguien dice o escribe, una intención de significar que se desdibuja y se corrompe en parte en aquello que el lenguaje expresa, y con mayor razón en las diferentes lenguas, tratando de excavar el suelo móvil del lenguaje para llegar finalmente a la roca dura que escaparía a lo aleatorio y lo fortuito del lenguaje es una ilusión que Wittgenstein dedicó su vida a describir y denunciar.

La apelación a aquel para quien el significado de las palabras es su uso implica inscribir en este la dimensión no visible del significado, que es una dimensión de la experiencia humana como conjuración de lo que se resiste a entrar en el lenguaje, a tener una estabilidad dotada por las palabras con las que queremos hablar de ello, al tiempo que se asume la idea según la cual ese ello es el límite mismo de nuestro pensamiento, el tope detrás del cual solo hay ruido, la destitución misma de «lo humano» constituido por el lenguaje.

3.

Uno de los puntos altos del libro es la reflexión de Rosset respecto de la comparación que establecemos entre un personaje de una novela y el actor o la actriz que lo interpretan en una versión cinematográfica del texto literario. «No se le parece» es un juicio frecuente. Dejando de lado la heterogeneidad entre las materias comparadas (palabras e imágenes, para simplificar), el juicio perentorio expone, en opinión de Rosset, la manera en que nos hemos imaginado algo sin existencia como imagen, pero que funciona como punto de referencia de la evaluación efectuada. Así, el personaje cinematográfico siempre defrauda, con total independencia de la confección elaborada por el actor que circunstancialmente lo encarna: no se trata, pues, de un problema de actuación, sino de estructura: nuestra visión ve en el personaje cinematográfico algo que no ha visto antes como imagen, pero que ha llegado a construir como algo existente, versión de lo invisible. La traición, explica Rosset, no proviene de una alteración del personaje cinematográfico respecto del personaje literario, sino de una ausencia de visión del lector-espectador.    

Un caso semejante se encuentra en la relación entre el nombre de una persona que todavía no conocemos y la manera en que esta persona se relaciona con su nombre en el momento mismo en que nos encontramos con ella por primera vez. El nombre, así, es depositario de un conjunto de enunciados «descriptivos» y de otra índole que, en general, no resultan «satisfechos» por la persona de carne y hueso que «porta» el nombre como una etiqueta colgada del cuello. De un lado o del otro hay un exceso y/o un déficit, una no correspondencia, que altera la imagen real de la persona a partir de la imagen ausente surgida de los enunciados que le «han dado cuerpo» al nombre como mera masa sonora. Lo invisible se hace presente en el plano «descriptivo» del nombre propio y, como en el ejemplo de los personajes literario y cinematográfico, siempre ocurre una traición. 

En cuanto al funcionamiento general del lenguaje, las cosas son en suma interesantes. Una expresión como «Y ta» (o un enunciado como «Él/Eso es así») suele ser una forma con la que concluimos una explicación, más específicamente, con la que completamos la explicación, queriendo dar a entender lo que no ha sido dicho, esto es, todo lo que podría haberse dicho pero que no se dijo y que, además, se juzgó más o menos excesivo y/u obvio. Ahora bien, ¿qué dice «Y ta» sin decir y precisamente porque no dice? Como signo de la función fática del lenguaje (la función de contacto), «Y ta» concluye la comunicación mostrándose como el elemento que la clausura y como un elemento que nos informa, aunque sin precisión alguna, sobre aquello que es objeto de la explicación. Sin embargo:

Decididamente un lenguaje así –usado de ese modo y sabe Dios con cuánta frecuencia– no solamente sirve para ocultar el propio pensamiento, como decía Talleyrand; en primer lugar, sirve para disimular su ausencia.

En este sentido, quien explica las cosas de este modo se comporta, según Rosset, como aquel que cree ver lo que no ve o cree escuchar lo que no escucha. Estamos, entonces, frente a la forma de una ilusión, de lo invisible. Fórmulas infra-tautológicas, dice el filósofo francés, que no dicen lo que ya se sabe, sino, por el contrario, lo que nunca se puede saber, porque allí el valor informativo es nulo, en contraposición al valor fático y afectivo, que posiciona al enunciador en un particular lugar de visibilidad de lo invisible. Hay, pues, algo así como un Todo imposible de decir (a fin de cuentas, la explicación parece claudicar en su propia naturaleza) que, no obstante, es «sintetizado» brutalmente en la fórmula infra-tautológica, como si cualquier intento de explicación o descripción nos arrancara del orden de lo que hay que ver («Y ta» o «Es así» son expresiones vinculadas a un ver antes que a un comprender verbalmente) y nos condenara al errático despliegue de la palabra.  

4.

En Lo invisible, Clément Rosset nos pone delante de un espejo en el que es imposible reconocernos como nosotros, como un otro-yo (invertido) sobre el cual pudiéramos tender diversas hipótesis interpretativas. Asimismo, introduce una cuña crítica en el zócalo de nuestra vida cotidiana, allí donde ver supone tener hipótesis (ingenuas o no) sobre la visibilidad en cuanto tal y sobre el paisaje estético (en el sentido etimológico del adjetivo) del que formamos parte y que podemos nombrar, precisamente, como paisaje. Libro, hasta cierto punto, inquietante, porque nos muestra lo que nos acompaña más allá o más acá de nuestra retina y de nuestro punto ciego; nos muestra la compañía de lo invisible, el modo en que eso se inscribe en nuestro paisaje sin que los otros puedan verlo.

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