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Amplificar el pensamiento

Escribir en la intemperie

Por Martín Cerisola / Martes 07 de mayo de 2019

«Todo esto debe ser considerado como dicho por un personaje de una novela». Con estas palabras Roland Barthes, uno de los críticos literarios más importantes del siglo XX, empezaba el libro Roland Barthes por Roland Barthes, entre el ensayo, la autobiografía y la literatura. Martín Cerisola nos reseña esta obra, publicada originalmente en 1975.

A propósito de Roland Barthes por Roland Barthes, recientemente reeditado por Eterna Cadencia (2018).

Barthes no escribe aquí una biografía. No quiere construir una representación de sí mismo. Su alcance es mucho más ambicioso. Quiere colaborar con la descomposición de los sentidos que nos amparan. Su objetivo suena casi guerrillero: minar las certezas, socavar los adiestramientos que moldean nuestra percepción y que circunscriben nuestras vivencias.

La lengua es un dispositivo de control que estructura (y restringe) lo que podemos llegar a pensar, a entender, a configurar y a decir. Los mecanismos de producción de sentido que hemos aprendido están regidos por supuestos, leyes y operaciones implícitas que se han naturalizado y que regulan la conciencia individual y la vida colectiva.

Entonces Barthes procura detectar y disolver estas operaciones que son fronteras invisibles. Como Foucault, indaga en las condiciones que hagan posible empezar a pensar de otra manera.
Pero ¿cómo hacer que el lector gane herramientas contra la alienación que los lenguajes establecidos y las maneras habituales de pensar infringen?

Desembozar, hacer tambalear: esos son los impulsos de su escritura. Porque el sentido no se solidifica ni adopta la forma cristalizada de un signo. Circula siempre. Y la escritura puede acompasar con ese juego liberador: impedir que los sentidos cuajen, liberar la energía enquistada en los significados.

Lo de Barthes es un desafío inmenso: la escritura tiene que desmontar la ficción del yo, poner en carne viva su inconsistencia, dejar atrás la identidad y desplazar el fetichismo de los fundamentos. Para eso, es necesario encontrar otros modos de significar, maneras de decir que no cierren lo que dicen, que gasten su potencia en suscitar y en remitir más allá, proliferando en la deriva de una voz móvil y múltiple, en el juego de los significantes y de las connotaciones. Porque así estalla el sentido y el placer de esa desmesura disuelve lo rígido del sujeto en su avidez por unificar los hechos bajo una interpretación, por sucumbir a la idea de conjunto, a la necesidad de significados.  

Se trata, entonces, de romper el hechizo de los sentidos digeridos. Porque se han despegado de la vida y porque la escritura tiene que luchar por su goce hasta la intemperie de su más radical singularidad. Hay que encontrar expresión en lo insignificante, hacer señas hacia ámbitos que no podemos nombrar, escribir sin referencias, «a ciegas, y a partir de lo que no sabemos», porque cualquier disciplinamiento implicaría un «orden que deforma», una normalización de aquella fuerza que circula sin fijarse y que solamente avanza en el vértigo de su desencasillamiento. 

Y a propósito de ese desencasillamiento es que Barthes pone en relación la lengua con la experiencia erótica, que también ha sido tipificada y cercenada bajo las lógicas del sentido.
Se necesita una lengua más vasta que la estrechez de los consensos, un pensamiento capaz de configurar vivencias inéditas, que escapen de «la reducción atroz que los lenguajes consensuados imprimen a nuestros afectos». 

Este libro es una herramienta y una vía. Una lúcida «resistencia afectiva» ante la creciente homogeneización de las posibilidades de la experiencia humana.

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