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AJUSTE DE CUENTAS / CANCIONES DESNUDAS

Esas canciones de Paul

Por Tabaré Couto / Viernes 20 de julio de 2018
Paul McCartney en Liverpool en 1970. Foto: Linda McCartney

Las letras de Paul McCartney acompañan, desde el comienzo, la vida de Tabaré Couto, como una suerte de banda sonora de los momentos más memorables. En esta nota en seis pasos, se les da play, una tras otra, a las canciones de este excelentísimo compositor que marcaron esos momentos que vuelven con cada sonido.

UNO - En toda mi carrera y sus diferentes matices, vinculado siempre a la música de alguna manera u otra, me he preguntado sobre su utilidad. La de la música, digo, no la de mi carrera. La segunda, está claro, solo ha servido a efectos prácticos, a la supervivencia y la adquisición de (escasos) bienes materiales perecibles y algunos de ellos heredables y útiles. La música, al margen del ejercicio económico que su intercambio comercial en diferentes variables implica de beneficioso para sus mercaderes de turno (autores, intérpretes, medios de comunicación, productores de eventos, sellos discográficos, y todo tipo de intermediarios), cumple la invalorable función intangible de llenarnos el vacío que deja la pena, acompañarnos en el goce del placer, coronar la luminosidad de ese fugaz momento de felicidad. En los vértices de los estados de ánimo, siempre he tenido una canción junto a mí. Y Elena me ayudó a conocer muchas de ellas, entre tantas, esas melodías firmadas por McCartney, Lennon y sus compinches.

DOS - Para tirar por tierra aquella teoría de que madre hay una sola, mi padre que sí fue único y, entre muchas gracias, también bastante original, me dio, claramente sin proponérselo conscientemente y golpeado por los navajazos de la vida, varias madres. Una de ellas fue Elena, que además de unos hermosos ojos grandotes y verdes, poseía un privilegiado talento para cantar con una afinación maravillosa las canciones de los Beatles. Elena, por sobre todos, adoraba a George. Y gracias a ella escuché hasta memorizar Abbey Road o With the Beatles. Como yo no llevaba su sangre, absorbí de ella, entre otras virtudes y defectos de carácter privado, su tozudez y el amor por la música, especialmente, por los Beatles. Obviamente, durante mi adolescencia dediqué todo el tiempo posible en hacerle sentir que los Stones eran mejores que los de Liverpool, apreciación tan válida como infantil e inútil. Ella hacía caso omiso de dicha agresión sistematizada que, por cierto, abandoné con el correr de los años, no por considerarla falsa, sino, tan solo, innecesaria. Era preferible pelearse y amarse, discutir y reencontrarse por otros temas más terrenales, como así lo hicimos hasta que el cáncer la consumió en el Hospital del Mar, frente a las aguas de Barcelona, a comienzo de una primavera catalana, hace ya más de quince años.

TRES - Mi madre biológica se llamaba Mary. Como la que nombra Paul en «Let It Be». Los recuerdos de nuestros muertos a veces nos hablan, vienen y van con sus tonos de voz, con sus ruidos. Pero, a diferencia de lo que contaba Paul, que inspiró una de sus más memorables canciones, mi madre no se me aparece en sueños y ni siquiera puedo recordar el sonido de su voz. Lo irremediable fue darme cuenta de que el paso del tiempo se haya llevado el sonido de esa voz de mi memoria. Si es que alguna vez la escuché y allí estuvo, hoy es un silencio triste, seco, imbatible y sin retorno. Sin embargo, a veces me la imagino a Mary cantando. Con diferentes voces inventadas, claro está. Y muchas sonrisas. Es una visión en blanco y negro y muda, como siempre. Y, de repente, suena «Let It Be».

CUATRO - Si hablamos de oportunidad y de música, Nicolás, mi hijo, llegó a mi vida sonando como «Here Comes the Sun» (aunque esa era de George) y aportando, sin proponérselo, un sentido útil a la vida de su padre, tan proclive a aburrirse y perderse en sus laberintos interiores sin caminos con retorno, grisáceos, pantanosos, nihilistas. Incluso antes de nacer, Nicolás, que era como un astronauta en miniatura nadando en la panza de su madre, ya bailaba nuestras canciones. Luego vino Natalia, que a veces parecía ser «Revolution» y otras «Something», con un poco de «Help» y de «All You Need Is Love» pero es, sobre todo, muy «Hey Jude». Cada día que pasa y que los veo crecer, me convenzo de que lo mejor que pude haber aportado a esta vida hasta ahora es cuidar de ellos. Luchar para que disfruten, mientras puedan, del placer de no tener que entender del todo lo que ocurre a su alrededor. El placer de escuchar las canciones sin preguntar por qué ni para qué.

CINCO - Natalia no conoció a sus abuelas paternas. Nicolás tuvo un encuentro que duró cinco semanas y, luego, Elena se dejó llevar y murió un mes y medio más tarde, con sus auriculares puestos, rodeada de enfermeras que iban y venían entre muertes y nacimientos, entre cables de suero y agujas. Murió con el chat abierto, con el tiempo congelado en su memoria y con una imagen de Nicolás, su nieto, bailando «Come Together».

Cuando Paul Mc Cartney vino por segunda vez a Chile, estuve con Nicolás en el Estadio Nacional viendo a ese señor que tenía la edad de mi padre. Un show impecable del cual muchos hablaron más y mejor que este humilde servidor. Eso sí, mientras lo escuchaba me daba cuenta de que nuestras vidas han seguido rodando a la par de sus canciones en vivo, y durante todos estos años he seguido sin encontrar consuelo a mis muertes jóvenes ni en dioses, ni en científicos, ni en filósofos. Pero aquella noche de mayo, cuando sonaba «A Day in a Life» o «Hey Jude», en clave karaoke masivo dirigido por Paul bajo un cielo de celulares encendidos, parecía como si el universo hubiese girado en torno a mis fantasmas personales y en una visión redentora y brillante aparecieron, juntos y cantando abrazados para mí, Elena, Paul y Nicolás.

Hace pocos días, Macca promocionó el lanzamiento de dos nuevas canciones en el Carpool Karaoke de James Corden y, junto al animador, realizó una visita a su natal Liverpool, con un minishow sorpresa en un pub local, incluido. Lo vemos con Natalia en su teléfono celular. Nos emocionamos. Ella descubre una nueva canción que ese viejo escribió soñando con su madre muerta, hace mucho tiempo. Se sorprende al ver que su madre se llamaba igual que la mía. Entonces, ante la coincidencia, me abraza emocionada. Sus grandes ojos color café se agigantan con el estribillo. Y ahí están, ahora, en el living de mi casa, cantando para mí, Mary, Paul y Natalia.

SEIS - A veces siento que cuando todo queda en silencio, sobreviven los resplandores de las canciones. Esos momentos de Paul, mis madres y mis hijos fueron como flashes emocionales tan luminosos que merecieron ser reales. Aunque no importe la certeza de la realidad en estos casos, me queda flotando una profunda sensación de felicidad y nostalgia. Esa felicidad en estado puro y fugaz que va y viene. Esa felicidad que persigo hace más de cincuenta años. Esa felicidad que cada vez que la alcanzamos, se nos vuelve a escapar. Tal vez ayude en la búsqueda volver a escuchar esas canciones de Paul para que nos hagan más llevadero el camino. Y así, volver a empezar.

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