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Poesía uruguaya seleccionada

Emerger desde el abismo

Por Roberto Appratto / Miércoles 02 de octubre de 2019
Foto: Gastón Haro. Incluida en «Los restos del naufragio», de Francisco Álvez Francese.

De las aguas densas y oscuras del Río de la Plata emergen fragmentos y versos de la poesía uruguaya, encallada en la memoria. Salen a flote rescatados por Francisco Álvez Francese en el libro Los restos del naufragio, publicado por Pez en el hielo, y recomedado en esta ocasión por el también poeta Roberto Appratto.

Los restos del naufragio (Francisco Álvez Francese, Montevideo, Pez en el hielo, 2019) es un libro de poesía escrito sobre poesía. En el comienzo, Álvez (Licenciado en Letras, crítico literario y también poeta) encaró este proyecto como una obra de rescate de poetas uruguayos. Como dice en el texto preliminar, «(es) Un lenguaje que va muriendo pero respira ahora en restos, en fragmentos dispersos de letra, en balbuceos de los ahogados y todavía dice cosas». Es, por lo tanto, un gesto crítico, de leve impugnación al olvido en que han caído autores de nuestra tradición poética: Delmira Agustini, Enrique Casaravilla Lemos, Francisco Acuña de Figueroa, Susana Soca, Amanda Berenguer, Blanca Luz Brum, Juan Baltasar Maciel, Concepción Silva Belinzon, Pedro Leandro Ipuche, Fernán Silva Valdés, Marosa Di Giorgio, Julio Herrera y Reissig, Jules Supervielle, Orfila Bardesio, Álvaro Figueredo, Sara de Ibáñez, Vicente Basso Maglio, María Eugenia Vaz Ferreira, Jorge Medina Vidal y Emilio Oribe son los poetas que integran esta lista. Pero entendámonos: no todos son olvidados de la misma manera, ni Álvez pretende señalarlo. Lo que cuenta es, en primer lugar, su reunión como parte de un corpus activo de escritores nacionales y, en segundo lugar, su condición de estímulos para el hacer poético. Eso que dicen, los textos elegidos para ejemplificarlos han sido suficientes como motivos de lectura activa por parte de Álvez.

Los textos que integran Los restos del naufragio son de dos tipos: los poemas elegidos, que pueden ser breves o no, únicos o no (por ejemplo, para el caso de Amanda Berenguer, «Las uvas», «Las castañas» y «Los dátiles»; para el de Herrera y Reissig, «La berceuse blanca», para Medina Vidal «Santos I, II y III», para Delmira Agustini un fragmento de «Nocturno») y los textos que produce el autor como interpretación y eco de esos poemas. El orden no es casual: primero viene lo que escribió, el resultado, y después el poema o los poemas, como para que el lector confirme lo que acaba de leer o lo vea, estrictamente, como una lectura posible: al fin y al cabo, no es un trabajo ensayístico, sino de creación.

La prosa adquiere forma poética al seguir las imágenes y las líneas de significado que ve en los poemas; como si la lectura pudiera situarse dentro de cada uno, en el acto mismo de su producción, para entender sus referentes, el orden verbal y simbólico que lo sostiene, aquello que lo hace poema, y un poema digno de leerse más allá de las diferencias específicas, también de nivel, que pueda encontrar entre las piezas que elige. Álvez lee y escribe al mismo tiempo, como para probar a la vez la validez del ejemplo y la fuerza de su instrumento, la capacidad para ir probando, sostenido en su lenguaje, hasta dónde se puede ir a partir, por ejemplo, de «Cena del misterio» y «Llegada a la hierba» de Basso Maglio:

La verdad es un sitio. Un espacio que vemos un instante, habitable. Un triángulo de hierba, en el foco de luz. El mundo es una casa, aprensible. Como en el teatro, todo se muestra así, como una tela, el proyecto del espectáculo, la verdad acostada sobre el verde, como un animal. Basso Maglio persigue una visión más allá de la visión, como si se pudiera abrir la llaga en la piel y sentir. «Vení, noche cegadora / y vendá los tiernos ojos del día compasivo», dice Macbeth. El poeta pide la luz en la luz, en fin de la ilusión de los sentidos, en cambio.

Es interpretar el sentido, el hacia dónde van los versos, lo que Álvez hace aquí y en otros sitios. Una forma de escritura que vampiriza su objeto para hacerse poesía, y que dignifica al mismo tiempo los restos y su reciclaje por medio de la escritura.

Es cierto que Marosa, Amanda, Delmira, Julio Herrera, han sido homenajeados de diversas formas en los últimos años y no son lo mismo que, por ejemplo, Concepción Silva Belinzon para la conciencia poética nacional. A efectos de lectura, estos textos no hacen diferencia entre unos y otros: todos son, por decirlo así, trabajables, disfrutables en ese trabajo. Y lo que hace Álvez es, por supuesto, también poesía.

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