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Leé un fragmento de «Croma», de Derek Jarman (Reino Unido)

Por Derek Jarman / Viernes 27 de abril de 2018
Compartimos un fragmento de «Croma», un hermoso tratado del color, del arte y de la libertad, escrito en 1993 por Derek Jarman, y publicado en español gracias a la editorial argentina Caja Negra en 2017.

Derek Jarman nació en Londres en 1942 y murió allí también en 1994. Fue escritor, poeta, cineasta, pintor, actor, escenógrafo y activista por los derechos de los homosexuales. Con una estética subversiva puso en escena dramas de época y cine-poemas experimentales. Sus películas, de escaso presupuesto, nunca fueron un éxito de taquilla, pero sí obtuvieron profunda repercusión por sus explícitas escenas sexuales y la riqueza de sus imágenes. Entre sus films se encuentran JubileeSebastienCaravaggio y The Last of England. Su última película, Blue, es una suerte de epitafio poético y cinematográfico.
Este original y ecléctico tratado sobre el color, llamado Croma, fue escrito en 1993, un año antes de su muerte; Caja Negra lo publicó en 2017, con la traducción de Hugo Salas. En él, se presta especial atención al fenómeno tanto del color en la más humilde de sus manifestaciones materiales, la obtención de pigmentos, así como en las condiciones históricas de sus usos y sus diversas funciones en la historia del arte y las ideas. Jarman se despide de la biblioteca, de su jardín, del pasado, del sexo, de sus amigos, de la vida y también de ese color que ya apenas puede entrever. En un singular camino de elegía furiosa, propone a su lector una intimidad intensa y lacerante.


CROMA

 

 

Brillante, espléndido, pintado,
amanerado, vívido, ostentoso, temerario,
encendido, refulgente, estridente,
estruendoso, grita, aúlla, marcha, orgullo
delicado, combina, profundo y
sombrío, pastel, sobrio, apagado y sin
brillo, constante, colorido, cromático,
abigarrado y prismático,
caleidoscópico, variegado,
tatuado, teñido, iluminado,
embadurnado y velado, baño y tinte,
color en clave alta, mentira de color.


INTRODUCCIÓN

 

 

Acurrucado en el caldero de oro que aguarda al final del arco iris, sueño con un color. El Azul Internacional del pintor Yves Klein. Una canción distante y azul. El ojo, lo sé, ha dicho Alberti en el siglo XV, «es más ligero que ninguna otra cosa». Color veloz. Color fugitivo. El arquitecto escribió esas palabras en su Tratado sobre la pintura, que terminó a las 8.45, un viernes 26 de agosto de 1435. Luego se tomó un largo descanso…
(Leon Battista Alberti, Tratado sobre la pintura)

Cuando Mark, mi editor, vino a visitarme a Prospect Cottage, hablamos del color. De azules y rojos, y de cómo la investigación para el Concierto Azul, que Simon Turner interpreta en este preciso momento frente al Pabellón Dorado de Kioto, me arrojó el año pasado a lo más hondo del espectro. Mark se ha ido. Estoy sentado ahora en el silencio de mi nueva habitación, desde donde puedo ver la estación eléctrica de Dungeness al atardecer:

Mira tu cuarto al anochecer, cuando ya difícilmente se pueden distinguir los colores; y ahora prende la luz y pinta lo que viste durante el crepúsculo. Hay cuadros de paisajes o cuartos en semioscuridad. Pero ¿cómo se comparan los colores en cuadros así con los que viste en la semioscuridad? ¡Qué diferente es esta comparación de la de dos muestras de color que tengo al mismo tiempo enfrente de mí y que comparo poniéndolas una frente a la otra! Un color brilla en su entorno. Así como solo en una cara sonríen los ojos.
(Ludwig Wittgenstein, Observaciones sobre los colores)

En la mañana revisé los índices de mis libros; ¿quiénes han escrito acerca del color? Encontré color en… la filosofía… la psiquiatría… la medicina… y también en el arte, la cuestión se reitera a través de los siglos:

Esto me recuerda que debo hablar tanto del color como de la luz. Me parece obvio que los colores toman sus variantes de la luz, debido a que todos los colores colocados en la sombra se ven distintos que cuando están en las zonas iluminadas. La sombra hace que el color se oscurezca; la luz, cuando lo toca, hace que el color se aclare. El color es devorado por la oscuridad.
(Leon Battista Alberti, Tratado sobre la pintura)

 

De noche sueño con el color.
Algunos sueños los sueño en colores.
Los sueños de color los recuerdo.

Este, de hace treinta años…

Sueño con un «Festival de Glastonbury». Miles de personas acampan alrededor de una clásica casita de color blanco puro aislada por un césped verde perfecto. Sobre la puerta de entrada, el friso del tímpano, en colores pastel, retrata las buenas acciones de su propietario. ¿De quién es esta casa? Uno de los presentes me contesta: «Es la casa de Salvador Dalí».

Desde entonces, he contemplado las pinturas de Dalí y he encontrado poco color en ellas.

De niño, descubrí la existencia del color y sus cambios pintando al temple las paredes de una mohosa cabaña Nissen de la Real Fuerza Aérea Británica. Mi padre inflaba un bote de goma amarillo chillón sobre el pasto, lo llenaba con una manguera y, una vez terminada su tarea, nos zambullíamos en el agua dorada. El agua habría de ser por siempre para mí algo amarillo, y de adolescente debí luchar contra los reflejos de esta percepción en mi pintura; «los Modernos» ya eran historia mucho antes de que yo llegara a la Academia.

Rechazo al alma y la intuición por innecesarias; el 19 de febrero de 1914, en una clase pública, rechacé la razón.

O este gran consejo…

Solo los artistas mediocres e incapaces disimulan su arte bajo el criterio de sinceridad. En el arte hace falta verdad, no sinceridad.
(Kazimir Malevich, Escritos)

Ojalá corra verdad por mi negra tinta Waterman.

Química y nombres románticos: violeta de manganeso, cerúleo, de ultramar y de lugares distantes, amarillo de Nápoles. Una geografía del color: azul de Amberes, tierra de Siena. Color que llega de planetas distantes, violeta de Marte, o que recibe su nombre de los grandes maestros, marrón Van Dyke. Contradictorio: negro bujía.

«Los ojos son testigos más exactos que los oídos», dice Heráclito. A pesar de ello, no hay ninguna referencia al color en los fragmentos de su obra que han llegado hasta nosotros. (Kahn, Heráclito)

En la escuela, cuando no estaba jugando al impresionismo o al posimpresionismo (copiaba el almendro en flor de Van Gogh y buscaba congraciarme con la maestra, la señorita Smith, regalándole mi dubitativa copia), intentaba que los colores se pelearan entre sí… De fondo, imágenes en blanco y negro titilaban en la televisión. Me escapé de esos destellos en el cine, donde el color era mejor que en la vida real.

Las personas en el arte no son personas,
los perros en el arte son perros, la hierba en el arte no es hierba,
un cielo en el arte es un cielo,
las cosas en el arte no son cosas,
las palabras en el arte son palabras,
las letras en el arte son letras,
escribir en el arte es escribir,
los mensajes en el arte no son mensajes,
la explicación en el arte no es explicación.
(Ad Reinhardt, California)

Todo color huele a trementina y a aceite de linaza, prensado de los celestes campos de lino. Un color propio de campos coloreados. El bate de críquet se hunde con el pincel. La muerte merodea en el pincel –cerdas de cerdo, ardilla, marta cibelina– y también en el lienzo, preparado con cola de piel de conejo.

Yo estudiaba acerca del color pero no lo entendía.

Coleccionaba pequeñas pastillas de acuarela, en sus envoltorios plateados, pero nunca las usaba. Laca escarlata. Negro marfil. Azul Windsor.
Gutagamba nueva. Prefería trabajar con los viejos óleos.

Excursiones a Londres en mis días libres para visitar Brodie and Middleton, coloristas de Covent Garden, fabricantes de óleos baratos en lata. Mi barato favorito era el «Verde de Brunswick». El bermellón, très cher mes amis, très cher estos rojos. Sí, los rojos costaban. Los colores de mi pintura estaban determinados por el costo. Sobre una paleta de vidrio mezclaba colores que no existían en los catálogos de Windsor e Isaac Newton, colores sin nombre…

A otros les pusimos nombre por nuestra propia cuenta…

VERDE SORETE DE GANSO O VÓMITO.

¿Qué es el color puro?

Si digo de un pedazo de papel que es blanco puro y si se colocara junto a él nieve y este entonces pareciera gris, yo de todos modos tendría razón en llamarlo blanco y no gris claro.
(Wittgenstein, Observaciones sobre los colores)

¿Dónde en el rojo está el verdadero rojo? ¿Ese color primario original al que todos los demás rojos aspiran?

Cavilaciones de un adolescente limitado a los tubos de colores georgianos para estudiantes. (El color de los artistas estaba fuera de nuestro alcance). Abandoné la universidad y viajé a Grecia a dedo. Islas blancas, paredes azules, phalloi de mármol blanco en Delos, acianos azules, el rastro del tomillo.

Volví a Londres en la parte trasera de un camión, y comencé a estudiar pintura en la Slade, mientras las hojas de los plátanos de volvían marrones y una neblina celeste se posaba sobre las iglesias negro hollín.

En los sesenta, los muchachos comenzaron a lavarse la entrepierna. ¿Recuerdas aquellos comerciales que advertían acerca del olor corporal?

Y a la par de los muchachos, Londres se restregó de encima su tiznada pátina de siglo XIX. A las pinturas, mientras tanto, las libraba de su pátina de siglos un tal señor Lucas de la National Gallery. Algunos decían que en realidad estaba pintándolas de nuevo. Cuando no estaba manoseando un Sodoma, nos enseñaba a moler colores y preparar lienzos.

Una excursión a Cornelissen en la Great Queen Street, tienda que ha estado allí durante doscientos años, llena de tarros de pigmento que brillan como joyas en la semioscuridad, donde compraba los colores para hacer mi propia pintura. Azul y violeta de manganeso. Azul y violeta ultramar, y el verde permanente más luminoso. Estos colores traían advertencias para la salud: la calavera y las tibias, cruzadas en escarlata y negro, y las palabras PELIGRO – NO INHALAR.

Mi primer día en la Slade… perdido entre los pasillos de la mañana, esperando solo y nervioso la clase con modelo vivo en el gran estudio de dibujo, donde de pronto salió desde detrás de un biombo una alegre dama de mediana edad con el cabello estridentemente teñido a la henna, enfundada en un kimono de flores. No la había visto al llegar. Cuando tiró a un costado las flores y se plantó completamente desnuda delante de mí, quedé boquiabierto; no se parecía en nada a la recatada Venus de Botticelli que yo esperaba, sino más bien a la duquesa de York.

–¿Cómo quieres que me ponga, querido?

Al advertir mi vergonzoso silencio, exclamó: «Oh, ¡artístico!», y adoptó una pose, conminándome a dibujar a su alrededor con tiza azul. Con la cara roja y el pulso tembloroso, hice lo que me decía. Ya ves, yo estaba muy verde. El profesor, sir William Coldstream, apareció en lo alto de la galería que llevaba de su despacho al estudio para supervisar la clase. Sentado en mi taburete, yo intentaba ocultar de su vista mis primeros e inexpertos trazos con la tiza. Mi vida como pintor había comenzado.

El gris era el color de la Slade. Sir William usaba trajes grises. Mi tutor, Maurice Feild, con su cabello gris acero, usaba una bata de laboratorio gris acero. Mirándome con ojos entrecerrados a través de sus anteojos de marco dorado, me decía «no sé nada acerca del color moderno, pero podemos hablar de Bonnard». Así que hablábamos de Bonnard. Y nunca dijo una sola palabra acerca de mi trabajo. Maurice le había enseñado a sir William a pintar despacio, y sir William le había enseñado a los demás tutores a pintar aún más despacio. Pero nosotros éramos una generación apurada. Después de todo, la Bomba podía caer en cualquier momento. Por eso el estilo de la Slade, detrás de la modelo, con pequeñas áreas grises y chatas y cruces rosas para demostrar que uno la había medido con el pincel sostenido en alto, todo eso de pintar la parafernalia de pintar, no me interesó demasiado. Allí dejé atrás el posimpresionismo, para incursionar como niño en una tienda de dulces en el cubismo, el suprematismo, el surrealismo, Dadá (que, me di cuenta, no era un «ismo») y, por último, el tachismo y la action painting.

Luego de atravesar todo el movimiento moderno en el altillo de mi vecina Güta, me dediqué a pintar convencionales paisajes británicos; fue la primera obra que reconocí como propia. El regalo de aquellos días de verano que pasé dibujando en las colinas Quantock, en las pequeñas carreteras que llevan al canal de Bristol en Kilve. Tierra roja y setos verde oscuros. Mis tías solteronas admiraban los resultados. Me volví más osado y pinté una serie de interiores totalmente en rosa, después lo dejé y volví a los colores estridentes. Los verdes arsénicos derrotaron a los rosas, hasta que llegado su turno fueron devorados y vencidos por la monocromía.

¿Qué es rosa? Una rosa es rosa
y en la fuente se posa.
¿Qué es rojo? El geranio es rojo
en su tallo flojo.
¿Qué es azul? El cielo es azul
detrás del abedul.
¿Qué es blanco? Un cisne es blanco
allí en el barranco.
¿Qué es amarillo? Un plátano es amarillo
dulce, blando, pillo.
¿Qué es verde? El pasto es verde
y en él la flor se pierde.
¿Qué es violeta? Una nube es violeta
en el crespúsculo, inquieta.
¿Qué es naranja? Pero qué preguntas, una naranja,
¡solo una naranja!
(Christina Georgina Rossetti, «What is Pink?», en Sing-Song)


Croma
Jarman, Derek
Caja Negra Editora (2017)
Páginas: 248
UYU 740

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