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Diarios

El valor de las palabras

Por Marianella Morena / Domingo 14 de julio de 2019

El lenguaje posibilita la imaginación, el cruce de fronteras entre lo real y lo ficticio, buscando la complicidad de quien recibe el mensaje. Bien lo sabe Marianella Morena quien, desde la plataforma artística Campo abierto, nos invita a pensar en la importancia de escribir y comunicar para reivindicar nuestras identidades.

Estoy en el campo a 20 kilómetros de Rivera, frontera con Brasil, en una residencia artística, trabajando con chicas trans en un proyecto escénico testimonial.

Lo narrado arriba es una información que aporta datos concretos para una población que conoce los significados de las palabras escritas.

Es algo específico que nos permite elaborar pensamiento, generar otros, fantasear, o sea: es ilimitado. Con el lenguaje podemos cambiar de tiempo y salirnos de la vida, traer muertos y colocarlos en cualquier lugar, morirnos y hablar con nuestros antepasados, ser extraterrestres, enamorarnos de una piedra y volar como aves mitológicas, todo, siempre y cuando mantengamos el acuerdo. No es lo mismo hablar en el escenario de un teatro, que en una plaza pública, en el parlamento o en un programa periodístico alejado de toda literatura, o sea: espacios y relatos que están social y culturalmente pactados, entre quienes proponen y quienes reciben. Porque, además, es sabido que cada contexto dice en sí mismo. No es lo mismo que el músico toque en un teatro prestigioso que en la boca de un metro, mismo músico, mismo repertorio, misma ciudad.

Hay acuerdos que ya están incorporados: el actor cuando llora es ficción, pero no es mentira, porque no hay engaño, tanto público como artistas han pactado previamente. Si mi hijo llora, entiendo que está sufriendo y es real, porque no hay otra información que me diga lo contrario. Pero si yo lloro en el mundo real y en realidad no estoy sufriendo, sí hay engaño y hay mentira.

Entonces el punto es cuando traficamos acuerdos, alteramos soportes, rompemos el pacto del lenguaje común y no le avisamos a nadie. Interpretar es válido, la subjetividad ha adquirido un pedestal en el mundo contemporáneo que ya no se conforma con la mirada única desde la soberana academia. No. Hemos legitimado las variables, la diversidad, las sensibilidades e inteligencias alternativas. Pero en cada modificación de código, esto se comunica.

Sabemos que la realidad es rígida y necesita constantemente de una comunicación bestial, sin perdón, y si alguien decide inventarse una nomenclatura debe enfocarse en la creación artística, que es donde hay cabida para eso.

Pero en la medida en que empezamos a romper acuerdos en el mundo real sin previo aviso, sucede la catástrofe.

Porque si yo ficciono, no engaño, porque la ficción es una convención donde un grupo de personas realizan un ritual, lo comparten y deciden vivir ese juego por determinado tiempo. El mismo se realiza con muchísima seriedad y compromiso como si nos fuera la vida en ello, pero sabemos: es un juego. Es una acción transparente.

Claro que sería grave, o tramposo, o falso, si yo teatralizara sin avisar.

Hace unos años cuando fui a la comisaria a denunciar un robo, dije mis dos profesiones: dramaturga y directora de teatro. Y la policía que me atendió dijo lo siguiente: «nadie sabe lo que es y además no entra, voy a poner música». Yo respondí que sí que entraba y que era lo que hacía, al margen si nadie lo sabía. Y ella me respondió: «no importa, esto nadie lo lee». Muy firme y convencida, le contesté: a mí me importa, porque es lo que soy. Buscamos la forma y logramos escribirlo. Está claro que podría haber hecho esa concesión, era intrascendente, pero creo que en ese tipo de decisiones está la clave de las cosas.

Si uno defiende su identidad, será respetado por el otro con la misma pasión que uno ha colocado para ser identificado con lo que es.

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