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Cuando soy, nunca dejo de ser otra

Por Marianella Morena / Jueves 23 de noviembre de 2017
Foto: María Trabal
Marianella Morena desnuda un pedazo de sí, de su obra y del mundo en esta suerte de diario de ideas, recuerdos y reflexiones, que toma como eje a las artes escénicas, y al cuerpo como protagonista.

Conozco la obra de Sophie Calle en París, en el 2004, viajo becada por el Premio Molière. Recién separada, con un niño de seis años y un amante escritor, mi vida se tensa entre la creación y el desorden que ordena la escritura. Él me había hecho una propuesta erótica: intercambiar palabra por cuerpo.

Yo lidiaba entre la creadora, la mujer recién divorciada y la madre que durante dos meses deja a su hijo con los abuelos maternos. Ni la culpa ni la herencia pudieron con el deseo de ser, ser con las limitaciones que la carne propone, ser a pesar de no poder concretarlo; entonces ahí llega a mis manos un libro de Calle: Dolor exquisito.

La escena recoge los sobrantes reales, y todo lo que uno no puede abarcar (porque no da la inteligencia para tanto), entonces, ahí está la escritura escénica que une lo que la vida separa.

Pero Sophie lo había hecho antes, pudo comprender que el material es uno, por fuera de estudios, becas, miradas, referentes, textos ajenos, obra; el material es uno hasta el infinito de uno mismo. Ese uno solitario y habitado, desprendido y culpabilizado, ese uno presionado por los paradigmas de felicidad. Ese uno que tantas veces es otro, y pocas veces, el yo validado.

Regreso a Montevideo y sigo escribiendo mi Don Juan, lo pienso desde otro lugar y avanzo con mis textos, armo un equipo muy joven, el lugar es un subsuelo de una librería céntrica. Él me lleva al sitio y me recuerda al oído parlamentos mezclados, mientras agrega: «La palabra de Molière ahora es tuya, y, si es tuya, es mía». Me lo dice mientras me besa en el lugar de ensayo. La lengua que besa, la lengua que habla.

El proceso y el contrabando entre lo real, la intimidad y la creación abren un portal de sabiduría para alejarme de los sentimientos encapsulados. Uno de los grandes males de nuestra cultura es haber aprisionado la emoción y haberle creado la peor de las biblias, la peor gramática cultural. Se puede, no se puede, se sufre, se ama, qué sé yo: se vive o no se vive. Punto. En el medio el pantano para los mediocres. El chapuceo de las ranas, y su croar, nada más, nada menos.

Y el arte señala: uno es en el otro, ese otro despedazado, ese otro y la piedad. Nadie, nada.

Estreno el Don Juan, decido usar algunas cosas personales, entonces me olvido quién es quién, no se trata de trasladar vivencias y colocarla en el personaje acorde al género y al comportamiento.

El trabajo con la palabra oral, escrita, escénica es una revelación en mi vida como creadora. Entiendo que el erotismo es clave principal, espesar esa materialidad y que los cuerpos se apropien de la verdad. Sin erotismo no hay política desnuda, el cuerpo del siglo XXI es un cuerpo que sigue pidiendo libertades, en esa cadena larga que es el placer de saberse uno. La ficción acumula más realidad que la realidad ficcionada.

Desde ahí entreno, la sensibilidad no tiene naturaleza estable.

 

Ciudad Vieja, noviembre de 2017.

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